Necrofilia ideológica
Moisés Naim, un cientista social venezolano, sostiene que: “la necrofilia es la atracción sexual por cadáveres. La necrofilia ideológica es el amor ciego por ideas muertas”. En América Latina, en general, y Bolivia, en particular, somos adeptos a lo que también se conoce como las ideas, económicas o políticas, zombis o, entrando en el ámbito cinematográfico, las ideas duras de matar. Estas políticas públicas se originan tanto en el neoliberalismo como en el neopopulismo y, no obstante sus comprobados y documentados fracasos, vuelven a ser propuestas e implementadas una y otra vez. Con pequeños cambios de matices, el péndulo del pasado construye museos con novedades recién desenterradas.
Probablemente, en el ámbito socioeconómico es donde con más frecuencia circulan las ideas muertas. Hoy me gustaría hablar de los zombis más conocidos. Dos económicos y uno político. Estos muertitos son los mimados de los políticos necrófilos.
Una idea que se resucita con frecuencia es contraponer radicalmente Estado y mercado, y concentrar el debate en un problema de propiedad pública o privada. Los defensores del mercado siempre vuelven a la propuesta clásica de la privatización de las empresas públicas y piensan que sólo con este cambio las cosas comenzarán a funcionar automáticamente. Es el mito de la magia de la mano invisible en acción. En el otro lado del cementerio de las propuestas, están las estatizaciones. Es sólo cambiar el letrero de la empresa con un nombre rimbombante y, tanto la eficiencia como la rentabilidad, comienzan a fluir al ritmo de: “con tu quiero y con mi puedo, vamos juntos, compañero”.
En realidad, el funcionamiento del tipo de propiedad, pública o privada, depende de reglas de juego formales (legislación) e informales (usos y costumbres); es decir, de los arreglos institucionales (reglas de juego) que son el mercado y el Estado. Para un mejor funcionamiento del mercado se requiere garantizar derechos de propiedad públicos, privados, colectivos y hacer cumplir los contratos, establecer un gobierno corporativo transparente; es decir, instituciones creadoras de mercados. También son fundamentales las instituciones reguladoras de los mercados. Con frecuencia los mercados se desequilibran generando pérdida, para ello se requiere de instituciones estabilizadoras de éstos.
Finalmente, los mercados pueden ser eficientes pero injustos, para ello requieren de instituciones que los legitimen, a saber: políticas redistributivas y tanto políticas de seguridad como de asistencia social.
Por otra parte, entre las reglas de juego (instituciones) que crean, regulan, estabilizan y legitiman la acción del Estado en la economía están aquellas que acercan a la gente del aparato estatal, promueven participación de los ciudadanos en las decisiones, preferentemente a nivel local, impulsan la división e independencia de poderes, promueven la industrialización diversificadora de la producción y la buena provisión de servicios, la calidad de la educación pública, apoyan la meritocracia técnica y política en el sector público. La necrofilia no ve estas sutilezas, se enamora perdidamente de alguno de los opuestos.
Otra idea zombi que resiste y persiste en la agenda de propuestas es que el desarrollo económico y social se logra solamente siguiendo etapas fijas. La industrialización, por ejemplo, se alcanza subiendo la escalera del progreso paso a paso: primero la recuperación de la propiedad de las materias primas; segundo, añadir valor a los minerales y gas natural. Así suavecito va el cuento del nuevo modelo económico. En el fondo, se cultiva la ilusión desarrollista de que países pobres, como Bolivia, pueden hacer una revolución industrial, a la inglesa, sobre la base de la agregación de valor a los recursos naturales con un pequeño retraso de 200 años. En esta línea de pensamiento, la minería tradicional debe dar lugar a la siderurgia, el gas debe permitir la creación de la industria petroquímica. La industrialización de los recursos naturales es una idea muerta que, por lo menos hace más de 100 años, intentamos implementar sin éxito.
Finalmente, una muestra de la necrofilia ideológica y política es el populismo, tanto en su versión de derecha como de izquierda, que la experiencia internacional muestra que puede presentarse tanto en países en vías de desarrollo como en economías industrializadas.
El populismo es sobre todo un estado de emoción permanente que entiende a la entelequia pueblo no como un sujeto político, sino como víctima de alguna conspiración externa al movimiento.
El populismo es un estado de ánimo societal, un malestar eterno, propiciado y cultivado por un caudillo que convence a la gente de que se está en una guerra constante con un enemigo que adopta varias caras, dependiendo del país. Puede ser la derecha, la élite de turno, el imperialismo, la amenaza externa, la antinación, los latinos o chinos. El populismo adquiere su identidad y cohesión de una guerrilla sentimental que se alimenta de miedos, injusticias y resentimientos.
El líder populista alimenta de odio este conjunto de sentimientos y lo convierte en un conocimiento, y movimiento político, cuyo diferenciador es la vuelta de la sociedad a un estado de guerra constante. Por eso el discurso político del populismo está repleto de una jerga y simbología militar: luchas, soldados del proceso de cambio, desfiles, símbolos castrenses, actitudes marciales, enemigos de clase y otros. Incluso las ideas se militarizan y se vuelven consignas, y órdenes. No obstante de los diversos fracasos de los populismos, estas “ideas muerto-vivientes” se rehúsan a desaparecer, incluso en tiempos de revolución tecnológica.
En suma, la falsa dicotomía entre mercado y Estado, el desarrollismo a base de los recursos naturales y el populismo son ideas zombis que reviven una y otra vez de la mano de nuestros políticos necrofílicos.
El autor es economista
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.