Oportunismo ambientalista
El cuidado ambiental suele ser utilizado como “dardo” politiquero por oportunistas que buscan manipular tan delicada temática en miras a intereses mezquinos.
Otro sonado “Día del peatón” y confieso que me arrepentí de salir para sentirme “celebrada” en esa jornada que dice rendir homenaje a los peatones y ciclistas. Todo lo contrario, entre la música chatarra en ensordecedores decibeles, los tropezones en calles atiborradas de mercaderes y la nauseabunda estampa del aluvión de basura que nuestra culta y considerada colectividad iba regando a su paso, más que “Día del peatón” parecía “Día del consumo (no motorizado)”, como si la ausencia de autos debiera compensarse con una compulsiva necesidad de empacharse de cuanta chuchería se encuentre.
No obstante, lo que llegó al colmo en esa “apacible” y “amigable” caminata, fue presenciar el show de autoridades y sus acólitos que fungieron de ciclistas por un día. Por ende, cabría cuestionarse la real utilidad de esos espectáculos que aparentan servir para que los detentores del poder laven su imagen respecto a la irresponsabilidad medioambiental que caracteriza a la gestión pública, tal cual las faenas de “caridad”, teletones y afines, aplacan las conciencias de potentados, banqueros y plutócratas.
En ese sentido, pasando por las plantaciones de árboles para la foto y calmar, nuevamente, conciencias (algunos creen que “reforestar” consiste en abrir un hueco, colocar cualquier planta, cerrar y olvidarse), hasta las “obras” que procuran maquillar el malogrado perfil de la moribunda “Ciudad Jardín”, la protección del medioambiente se trastoca en una moda superflua, hipócrita, demagógica.
Sin embargo, no es novedad que Bolivia sufre de un proceso de deforestación acelerado. Tampoco es primicia que desde hace décadas la mayoría de los gobiernos municipales, departamentales y nacionales, de forma dogmática y acrítica, consolidan un modelo de “desarrollo” propio de los tiempos de Ford, creyendo, ilusamente, que mejorar las condiciones de vida de la gente es abarrotar las poblaciones de asfalto y cemento, ello en el marco de una caótica planificación que convierte nuestros hogares en contaminados parajes semidesérticos, tendencia que se puede apreciar, incluso, en medio de exuberantes ecosistemas. En semejante situación, si existiera una mísera muestra de sentido común, de sobrevivencia a mediano y largo plazo y de amor por las generaciones futuras, los espacios verdes, áreas protegidas, parques nacionales, etc. que le restan al país, serían garantizados cuales piedras preciosas y las políticas públicas asegurarían su respeto y manutención. Pero no, dale a construir carreteras en áreas protegidas, a proyectar hidroeléctricas, a maquinar concesiones petroleras, a sacrificar espacios verdes por los más nimios motivos al estilo de espectáculos cortoplacistas y suntuarios como los juegos Odesur.
En consecuencia, está por demás denotar que el cuidado ambiental no solamente es la quinta rueda del carro en las políticas públicas, siendo que en excepcionales ocasiones se lo trata con seriedad y profesionalidad, sino que suele ser utilizado como “dardo” politiquero por oportunistas que buscan manipular tan delicada temática en miras a intereses mezquinos. Sólo basta recordar lo acontecido con el asunto del patinódromo en la laguna de Coña Coña en Cochabamba. Mientras se sobrellevaba una esforzada campaña ciudadana en miras al resguardo de una de las pocas lagunas que le quedan a la ciudad, no faltaron los militantes del MAS que se las dieron de grandes defensores de la naturaleza, siempre que el blanco de las críticas fueran sus rivales partidarios. Hoy con la defensa del Tipnis sucede similar fenómeno a la inversa: De pronto, surgen los opositores al MAS (lo que circunscribe a “dinosaurios” reacios a extinguirse) dándose ínfulas de ambientalistas, cuando en su turno representaron, en el tema ambiental, casi lo mismo.
La autora es socióloga.
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA