Evo Morales: entre urnas e inconstitucionalidades
La voluntad general es indestructible, titula el capítulo I del Libro Cuarto de El Contrato Social de Juan J. Rousseau. “La voluntad general es siempre constante, incorruptible y pura. Cuando es menos que esto, deja de ser voluntad general”.
Desde mi análisis, sólo las acciones taxativas y de facto pueden hacer que esa voluntad general se altere y se convierta en un muro en el que el Gobierno, como autor intelectual y material de esas maniobras de hecho y sus mecanismos de coerción, se hagan añicos. Entonces la voluntad popular se convierte en una acción invencible que no se detendrá hasta lograr su reencause y sentir la devolución de su dignidad y respeto asaltados.
“Cuando el Estado, próximo a su ruina, no subsiste sino por una fórmula ilusoria y vana; cuando el vínculo social se ha roto en todos los corazones; cuando el más vil interés se ampara descaradamente en el nombre sagrado del bien público, entonces la voluntad general enmudece: todos, guiados por motivos secretos, no opinan ya como ciudadanos, como si el Estado no hubiese existido jamás, y se hace pasar falsamente por leyes decretos inicuos, que no tienen por fin más que el interés particular”.
El 21 de febrero, esa voluntad se convirtió en una acción insobornable. El NO nunca había sido tan afirmaivo, no sólo para decir que el poder acaparador, corrupto y deshonesto había roto sus vínculos con el mandato general, sino también para corroborar que la soberanía reside en el pueblo y que la voluntad de un país siempre mandarán sobre cualquier intento por inhabilitarla.
El triunfo del NO fue limpio e independiente.
Ahora, es el espejo en el que el presidente Evo Morales y su Gobierno se ven reflejados en grotescas imágenes de absurdos, contradicciones, corrupción, mentiras, tráfico de influencias y lío de faldas.
¿Este es el tiempo de opacidades y de mentiras?
¿Poderes diestros que tejen planes siniestros?
¿Es la voz de la demagogia quebrando conciencias. Oscureciendo el presente, vendando, rifando el futuro?
Esta es la coyuntura de los que clausuran ventanas para velar la transparencia y así, con ese talante monolítico, inducir a que la razón es del que pone e impone.
Se trabaja laboriosamente para que el desorden tenga un nuevo orden, para que el caos y el irrespeto por las diferencias hagan germinar una neolengua que persuada sobre la existencia del Big Brother. Adecuan discursos neooriginarios para convencer de que el Pachacuti está más consolidado que nunca y que esa transformación de la tierra e “inversión de mundo” nos está haciendo cada vez más justos y equitativos. Los caudillos populistas no son elegidos a través de procesos tradicionales de partido, sino que surgen de la ruptura de las reglas comunes, de la crisis.
“Cuidado con el hombre que habla de poner las cosas en orden. Poner las cosas en orden siempre significa poner las cosas bajo su control”. (Diderot)
¡Bolivia está en una disyuntiva!
No se sabe si somos… o nos hacemos. O si en algún momento llegará el fin de la locura. O si se conseguirá borrar de los cerebros esa parte que inyecta razón en la alternancia de gobiernos y en el disenso como verificador de las libertades.
Se ignora si el pan y el circo durará algún tiempo más o, por el contrario, por esas rachas afortunadas que tienen los países con gobiernos mesiánicos, estamos a un tris de ingresar al club de los países del Primer Mundo: con lujos, derroches, plumas y lentejuelas que hacen brillar su oropel vacuo.
En Bolivia se ha institucionalizado la anécdota y la desvergüenza, poco importa lo que se diga y se haga, lo importante es que haya exactamente eso: pan y circo.
El mandamás que manda al carajo la resolución de conflictos, el debate social, político y económico y prefiere enclavarse en el egocentrismo, la soberbia y la incapacidad para dilucidar sobre los profundos desequilibrios y las injusticias entre los oportunistas, llunkus y nuevos ricos, subyugados por el kitsch de los dólares que todo lo pueden y el aroma de su nueva colonia neoliberal en frasco familiar, y los que día a día digieren su dolor y sus carencias.
Todo poder es una conspiración permanente, decía Honoré de Balzac. Por eso también el poder posee una propensión natural a concentrarse y a medida que se agiganta se hace menos benéfico, más corruptor y pernicioso.
La concentración del poder económico se basa fundamentalmente en la concentración del poder político, y viceversa. Son una correlación de fuerzas que obligan irremediablemente a lo que hoy vive Bolivia: un adormecimiento intelectual y de liderazgo que subyace en una estructura política labrada a golpes de martillo y de discursos desfigurados que ya han conseguido el conformismo y la resignación.
Despertar a la historia significa adquirir conciencia de nuestra singularidad, sentenciaba Octavio Paz.
En Bolivia se zapatea el hoy y se farrea el futuro. No son los problemas de faldas, o los supuestos conspiradores, los vendepatrias, los antiimperialista, el chofer, el “falso abogado” o el periodista que enciende las luces los que deben motivar al debate. ¡Es la democracia, estúpido! ¡Las libertades tomadas! ¡La institucionalidad democrática! ¡La alternancia en el poder! ¡El apego a las leyes y la Constitución! El respeto al voto histórico del 21F que le dijo NO a la fractura democrática de la reelección de Evo Morales.
Las cartas bajo la manga del Gobierno para violar una vez más la leyes ya fueron develadas sin pena ni escándalo. La pretensión de rifar la democracia y la institucionalidad precaria de Bolivia nos debe llevar a una profunda reflexión sobre lo que nos depararía una nueva gestión surgida de la inconstitucionalidad, de la antidemocracia y la estafa.
Ciertamente hay un monstruo gigantesco que ha tomado los mandos de esta Bolivia que balbucea solidez democrática, descabezar a esa hidra sería, una vez más, otro reto histórico social impredecible.
Bolivia ha ingresado a su cuenta regresiva para vislumbrar a un país con un Gobierno antidemocrático y de ruptura o a un pueblo que siempre se reveló en contra del engaño y el uso y abuso del poder. ¡Hay antecedentes históricos! Espadas de Damocles que penden pacientemente sobre el cogote del mandamás y sus huestes.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.