La disputa por las calles
Si hoy es miércoles 21 de febrero de 2018, envuelto en un clima de incertidumbre, el país vivirá una jornada política intensa cuya apuesta es el control de uno de los territorios estratégicos de la política: las calles. Por una parte, en varias ciudades capitales, diversos colectivos ciudadanos demandarán el respeto a los resultados del referendo del 21 de febrero de 2016, que rechazó la re-postulación de Evo Morales; por otra, el oficialismo, en una posición defensiva, movilizará a sus grupos de apoyo, sobre todo a sus bases campesinas, para respaldar al presidente.
Resulta revelador que este antagonismo se resuelva en ese escenario y no en los espacios institucionales, pero hay que asumir que la política se produce precisamente en las fronteras del sistema institucional, allá donde se genera un disenso, es decir un conflicto de fondo con el poder establecido. Este hecho que no debe ser leído como un intento de derrocar al gobierno del MAS, en ningún caso, sino como un momento de constitución de nuevos sujetos políticos.
La acción política directa (marchas, concentraciones, paros, cabildos) es una especie de habitus político en Bolivia, una costumbre fuertemente arraigada que parece tener una doble significación: expresa, por una parte, el poder que tienen las organizaciones para convocar a la población y mostrar la fuerza del número, y en ese sentido forma parte de las disputas en el campo político, pero también tiene un efecto político simbólico entre los propios convocados pues permite que ellos puedan mirarse a sí mismos como parte de un cuerpo colectivo que se instituye por medio de una narrativa diferente. De hecho, las protestas callejeras son altamente expresivas, hablan el lenguaje de las emociones y las pasiones. Esa es su fuerza, pero también su límite.
El aberrante fallo del Tribunal Constitucional Plurinacional que habilita la reelección indefinida del presidente Evo Morales ha abierto un nuevo e inquietante momento en el proceso político, ha destruido el régimen de relaciones políticas entre el Estado Plurinacional y la ciudadanía, régimen basado en la democracia directa y la participación, y ha roto estrepitosamente el principio de obligación que deben observar los poderes a la decisión del soberano. En ese sentido, como lo sostuve en otros artículos, inaugura un momento de des-democratización.
No obstante, sea cual fuese la capacidad de acción colectiva de los sujetos en pugna, los actos de masa de hoy día no resolverán el conflicto del fallo (y que tampoco será resuelta por las próximas elecciones nacionales, me temo), son solamente el momento táctico de un antagonismo de largo aliento que tendrá innumerables episodios y se desplegará en múltiples escenarios. El 21 F se ha convertido en uno de esos incómodos fantasmas que se niega a abandonar la casa y se invita a todos los aniversarios.
Columnas de JORGE KOMADINA RIMASSA