La unidad se construye y la debemos cuidar
Si hay algo que desde hace 139 años ha sido el principal motivo de unidad entre los bolivianos es la causa marítima. Como ningún otro asunto, el enclaustramiento marítimo es nuestro principal factor aglutinador porque todos creemos que revertirlo es una demanda justa y legítima.
Si eso ha sido así hace tanto tiempo, lo es más desde la nueva estrategia adoptada por el Gobierno del presidente Evo Morales, consistente en demandar a Chile ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya. A tal punto que, a pesar de las bien fundamentadas dudas sobre los reales alcances y efectos prácticos de esa fórmula, tuvo la virtud de tender puentes para pasar por encima de nuestras discrepancias, atenuarlas y mantener viva una convicción: lo que a los bolivianos nos une es más que lo que nos separa.
Extraño caso el nuestro, pues por lo general los países construyen y alimentan su espíritu cívico, su orgullo y unidad nacional alrededor de los momentos más brillantes de su historia: sus victorias, sus conquistas, sus principales logros.
Entre nosotros, la pérdida del Litoral y la identificación de la Guerra del Pacífico como el origen y causa última de todos nuestros males ha sido el principal elemento cohesionador de nuestra identidad colectiva, el único capaz de sobreponerse a las diferencias étnicas, clasistas, regionales, políticas e ideológicas que nos separan.
Por eso, no resulta casual que la causa marítima haya sido escogida por los actuales gobernantes, como por todos los anteriores, como la oportunidad más adecuada para desplazar a un segundo plano las diferencias internas que ningún pueblo puede dejar de tener.
Con esos antecedentes, actos como el “banderazo” de ayer podrían ser vistos como parte de un saludable proceso de reconciliación con nuestro pasado, con nosotros mismos y, sobre todo, con nuestro futuro.
Los más de 200 kilómetros de bandera celeste –el tono del azul en este caso no es un detalle menor– podían haber sido la máxima expresión de esa voluntad colectiva, aún a pesar de su enorme costo y sus pocos efectos prácticos. Pero no lo fue. Fue más bien otro motivo, como si los ya existentes no fueran demasiados, para acrecentar las suspicacias, desconfianzas y enconos de los que está plagada la convivencia nacional.
A pesar de lo visto ayer, o por eso mismo, cabe esperar que nuestros actuales gobernantes reconsideren el rumbo que están dando a la causa marítima al pretender fusionarla con sus propios intereses. A nadie conviene caer en la tentación de rebajar algo tan importante al nivel de un instrumento propagandístico. Y eso vale también para quienes aspiran a ser los líderes de la oposición.