¿Queremos mar o queremos venganza?
Unas cuantas y convenientes preguntas son las que nos deberíamos hacer como país, previo al fallo que dará la Corte de La Haya a fin de año: ¿Queremos una salida al Océano Pacífico para trazarnos una nueva ruta hacia el desarrollo? o simplemente queremos vengarnos de los chilenos por una suerte de acomplejamiento contenido que, de alguna manera, necesitamos subsanar.
¿Es un tema identitario, nada más? ¿De al fin sentirnos un poco mejor con nosotros mismos frente al “Bully” del lado? ¿Queremos acceso al Pacífico para conectarnos de manera más eficiente con el globalizado mundo del comercio marítimo? O solamente queremos sacarnos esa espinita histórica que ni siquiera la Selección Boliviana nos permite de vez en cuando anestesiar. Si es para eso, estamos fritos. Pero, si tenemos la visión, la madurez, la preparación y las herramientas necesarias como para enfrentar lo que se venga de acá en adelante, sí tendríamos una oportunidad.
Soy de la opinión de que sí, tenemos derecho a reclamar justicia y conseguirla. Sin embargo, la política de las relaciones internacionales ha demostrado ser mucho más compleja que eso, sobre todo cuando se parte de una premisa de la cual no tenemos mucha experiencia acumulada: la negociación.
Si tuviera un pronóstico, creería que la Corte va a fallar de forma “salomónica” (como suele hacerlo, pues prefieren fallar son dar la total razón a nadie, ya que no pueden arriesgarse a que posteriormente los países “perdedores”, los desconozcan) y van a decidir que ambos países se sienten de buena fe a negociar hasta llegar a algún tipo de solución (ojo, ya adelantaron que ellos no pueden predeterminar el resultados de las conversaciones).
¿Qué va a declarar seguramente Bolivia? “¡Ganamos! Vamos a hacer que Chile se siente, que es lo que no quería y, al hacerlo, se está aceptando que existe un asunto pendiente y que todos los ofrecimientos que nos hicieron, son reclamables y sí generan compromisos”.
¿Qué va a responder seguramente Chile? “¡Nosotros ganamos! Pues la Corte no nos está obligando a que el resultado sea una salida soberana, que es lo que pretendía Bolivia. De hecho, no es una victoria boliviana, puesto que nosotros siempre nos hemos manifestado a favor de sentarnos para escucharlos. Entonces, nadie nos está obligando a nada, nos sentamos porque queremos”.
Creo que el día del fallo, es el día en que la “política de vengarnos por vengarnos” va a dejar de funcionar (si sólo el ajuste de cuentas entre países funcionara, hoy no existiría la Unión Europea, por ejemplo). Por ello, ya sabiendo que lo que quizá toque, por muchos años, será negociar y no simplemente decir “¡Ganamos!” habría que preguntarnos: ¿Qué tenemos en este momento para ofrecer a Chile que le sea atractivo? “¡Nada, el único resultado tiene que ser mar con soberanía!”, “¡Nada de canjes territoriales!”, “¡Nada de mar por agua dulce que nos sobra y a ellos les falta!”, le debe gritar al oído su chauvinista interior a más de uno.
Si el principio básico de la negociación es que todos cedan algo para que todos ganen algo, si lo que nosotros mismos hemos pedido es dialogar y no imponer, y si la meta es una salida al Pacífico y no la mera “retaliación”, entonces ¿estamos preparados para ir a la negociación que nosotros mismos hemos convocado? ¿Vamos a actuar a la altura del desafío histórico que tenemos en frente? O vamos a patear la mesa al primer “no” que escuchemos.
Negociemos, pero primero, negociemos nuestras intenciones para con nosotros mismos.
El autor es politólogo.
Columnas de JOSÉ MANUEL ORMACHEA