Aumentos salariales y prudencia económica
Tal como era de prever, y como ya es habitual a estas alturas del año, el acuerdo suscrito entre el Gobierno nacional y la Central Obrera Boliviana (COB), cuyo elemento principal es el relativo al incremento salarial, ha desencadenado una serie de reacciones entre las partes interesadas y entre quienes observan y analizan la marcha de la economía nacional y sus proyecciones hacia el futuro inmediato.
Los representantes del sector empresarial son quienes más vehemente han hecho oír sus protestas y advertencias por los previsibles efectos negativos que traerá la medida gubernamental. Se refieren a los temidos efectos negativos para las empresas, particularmente las medianas y pequeñas, es decir, para la actividad económica que genera recursos, vía impuestos, para el funcionamiento del Estado y para que haga posible la creación de fuentes de trabajo estables.
A primera vista, podría decirse que de nada valieron los alegatos empresariales. Sin embargo, si se observa el tema con cierta perspectiva y se atienden los argumentos esgrimidos en las mesas de negociaciones, se podrá notar que el tema también preocupa, y mucho, a por lo menos algunas corrientes gubernamentales.
Es lógico que así sea, pues los empresarios –grandes, medianos o pequeños– no son los únicos conscientes de que todo aumento en la carga salarial de las empresas tiene como efecto indeseable, pero inevitable la adopción de otras medidas, como la reducción de las planillas salariales a través de los despidos, la elevación de los precios de sus productos e incluso, en no pocos casos, el cierre por insolvencia de las más frágiles.
Lamentablemente, tan cierto como lo anterior es que también hay en las filas gubernamentales y sindicales vigorosas corrientes que se aferran a las ilusiones propias del estatismo. Creen que las demandas de la sociedad, empezando por las salariales, pueden ser satisfechas como resultado de un acto de voluntarismo gubernamental, como si las experiencias propias y ajenas no fueran suficientes para demostrar lo falsa que es esa suposición.
Las negociaciones salariales, como muchos otros asuntos, dejan entrever que el actual Gobierno, como gran parte de la sociedad, está atrapado entre esas dos visiones. Y si bien en épocas de bonanza económica es posible buscar una engañosa conciliación entre ambas, resulta imposible hacerlo cuando, como ahora, la frialdad de las cifras se impone sobre los deseos y las urgencias políticas.
El Gobierno nacional está pues en una encrucijada y tiene que elegir el camino a seguir. Es de esperar que al hacerlo tome en cuenta las lecciones de la historia y de otros países que hoy sufren las consecuencias de haber dado las espaldas a la realidad.