Jonathan
La intérprete peruana Martina Portocarrero, de un modo desgarrador, entona el tema “Mamacha de las Mercedes”. Dice: “Al hijo de mis entrañas ¡Me lo han matado!”. Con un hilo de voz, se lamenta: “¡Ay! Jobaldo, Jobaldito. ¡Ay! Manuelcha, Manuelito, como la pajita te volaste, como el vientecito te has ido”.
Así, como el vientito, se le ha ido Jonathan Quispe Vila a su desdichada madre, el jueves pasado, en protestas universitarias en la ciudad de El Alto. Para mayor crueldad de la vida, lo perdió tres días antes del Día de la Madre. Aumentando todavía más el sufrimiento de esa madre —y el de su familia—, el Gobierno hace escarnio de la muerte del universitario. Primero, dijo una cosa. Luego, otra. Ahora, añade más elementos surrealistas a la segunda versión.
En circunstancias totalmente distintas, en agosto de 2017, ocurrió un sangriento atraco a la joyería Eurochronos, en el que, además de los asaltantes, murió Lorena Tórrez, utilizada como escudo humano por los delincuentes. Rápidamente, desde instancias gubernamentales, se dijo que los asaltantes mataron a la joven y punto. La familia, ante los ojos veían en los videos filmados y muchas otras pruebas, sostuvo que no fue así, que la bala provino del lado de la Policía. Ante lo que el ministro Carlos Romero consideró el más pulcro, veloz y exitoso operativo policiaco en la historia del verde olivo, las críticas no se dejaron esperar. La madre de Lorena, principalmente, insistía en que se averigüe la verdad. En las redes, se podía leer agravios como este: “esa vieja que deje de molestar a la policía. Con eso ya no va a revivir a su hija”.
Con la muerte de Jonathan pasa lo mismo. Primero, dijeron que fueron sus propios compañeros los que lo mataron con un petardo. La Policía, nada que ver con el asunto. A continuación, surgieron videos que contradijeron esa burda explicación que nadie se cree. En uno de ellos, se ve a unos jóvenes, devenidos en una suerte de investigadores forenses, que muestran que un petardo con una cachina introducida apenas le hace rasguños a un plastoformo primero, a un tablero de madera luego y a un trozo de cerdo al final de su demostración, bastante convincente por cierto. En la misma línea, con imágenes de videos de cámaras de seguridad, un grupo de expertos de la Universidad Pública de El Alto (UPEA) ha destrozado el argumento gubernamental de que fue un petardo desde filas universitarias lo que dio fin a la vida de Jonathan.
Ante lo irrebatible de las pruebas, la nueva explicación policial es que alguien del interior de ese callejón en el que se refugiaron los jóvenes “mató” al universitario. Entró vivo, dicen, y salió muerto. Ergo: el asesino entre ellos.
Esta estrategia, surrealista, ilógica, ofensiva a la inteligencia más humilde, tiene un perverso propósito: acallar a los testigos. Crispados por lo tremendo que tiene que ser presenciar la breve agonía y la rápida muerte de un compañero, desde el primer momento, los jóvenes relatan lo que sucedió. Hasta ese momento, eran testigos. Con la nueva estrategia, pasan a ser culpables. Intimidación de testigos, acallamiento de sus testimonios. También la familia, lejos de gozar de las consideraciones debidas, ha denunciado intimidaciones. Y también en las redes, que el joven se lo buscó, que el asesino es el Rector, Samuel.
Situaciones tan infames no recuerdo que hayan perpetrado ni los infames ejecutores del Plan Cóndor. Cierto que los dictadores decían que sus opositores habían caído ofreciendo resistencia. Admitían que los mataban. Ahora, acusan a las víctimas de morir producto de sus filas. Claro está que la cachina provino de un arma altamente especializada (y adaptada a cachinas letales). Igualmente, está a la vista quiénes cuentan con esas armas.
Se nos vienen tiempos muy aciagos. La golpiza que dieron en su momento al interior del templo San Francisco a un grupo de universitarios había sido, comparado con esto, simples caricias, mero entrenamiento. Ya cayó una joven vida. Condolencias a la madre y que una Mamacha de la Mercedes la ampare.
La autora es comunicadora social
Columnas de SONIA CASTRO ESCALANTE