Poder, alternancia y demagogia y Evo
“El populismo es la democracia de los ignorantes. A veces sirve para sublevar contra problemas reales, pero no para solucionarlos. Busca revancha, pero no reforma”, sentencia el filósofo y escritor español, Fernando Savater.
Siempre consideré que las causas justificadas para que el populismo se robustezca, como un fenómeno político engañoso en Latinoamérica, son el desgaste sistemático en las formas de gobierno que institucionalizaron feudos políticos en capas sociales poderosas. Los sistemas de partidos y acuerdos en pos de la gobernabilidad funcionaron, pero cobijaron en su esencia un monopolio casi absoluto que se encargó de limar las bases coparticipativas de sus sociedades. Se convirtieron en un hoy por ti y mañana por mí, turnos de poder que no dejaban trecho libre de nepotismo. La partidocracia fue minando la democracia, los partidos tradicionales se envejecieron de forma y de fondo.
Al final, todo eso desencadenó en rebeliones y hartazgos de sus ciudadanos que pedían a gritos un cambio taxativo, sin importar la forma democrática o de facto.
Fueron en estas circunstancia en las que surgieron los Melquíades, ofreciendo el oropel vacuo, descubriendo maravillas para convertir la basura en oro e inventando fórmulas que hicieran posible la equidad para sacar de la crisis, en un dos por tres, a todo un país que hasta entonces había sido gobernado por “la casta” y los patrones. Le ocurrió a Ecuador, Argentina y le está ocurriendo a Bolivia, Venezuela y Nicaragua.
Libertad, lucha y derechos fueron las consignas de los revolucionarios de siglos pasados que se enfrentaron contra las monarquías para terminar con los gobiernos de los hombres y edificar con solidez, verdad y justicia el gobierno de las leyes.
Las reglas sobre las cuales se asentaron los principios legales de un país fueron claras y contundentes. Desprender al Gobierno del Estado y que, a su vez, la sociedad adopte una organización jurídica en la que pueda ejercer sus derechos y obligaciones. Asimismo, limitar el tiempo en las coyunturas políticas para evitar la corrupción, distorsión de la institucionalidad y, desde luego, el desgaste de la democracia y la adopción de gobiernos totalitarios.
Esas consignas revolucionarias se cumplieron, y se lograron desbaratar gobiernos de facto, corruptos, centralistas, que conducían a sus pueblos hacia la opresión y al mágico mundo de la obediencia. El poder central no reside en el capitalismo privado ni en las uniones sindicales ni en los partidos políticos, sino en el Estado, aseguraba Octavio Paz.
Y así, con sus falencias y sus virtudes, la democracia abrió caminos a fuerza de lucha y sacrificios, como la mejor opción para convivir y administrar un país. Costó mucho y, por ello, perderla o permitir que la inhabiliten sería un retroceso y un atentado a la libertad y al disenso.
América Latina es un ejemplo claro de esos vaivenes coyunturales. Entre tiranías, autoritarismos y eternidad en el poder, también forjó métodos para encontrar una estabilidad en sus gobiernos y en sus instituciones que garantizaran bienestar social y una sólida protección económica y política.
Sin embargo, no siempre esos esfuerzos se consolidaron, aún ahora, las distintas coyunturas no ofrecen una sólida convivencia democrática y una estabilidad que garantice las libertades, alternancia en el poder y equidad de derechos.
En “El arco y la lira”, el escritor mexicano, Octavio Paz, examina una suerte de combinación contradictoria: poesía, sociedad y Estado. “Ningún prejuicio más pernicioso y bárbaro que el de atribuir al Estado poderes en la esfera de la creación artística”. En este capítulo se intenta establecer la terrible función del Estado como un atomizador de las sociedades. Un poder que no intenta salvar las necesidades de los pueblos, sino salvar su propio entorno, su propio pellejo, utilizando para esto sus tentáculos que asfixian el devenir.
El poder político es estéril, dice, porque su esencia consiste en la dominación de los hombres. En esa labor infatigable por acumular control y dominio, el Estado pretende refrescar el poder, ¡su poder! con un discurso disfrazado y seudo democrático, valiéndose para ello de dádivas, prebenda y corrupción.
Bolivia es el referente más cercano para desmembrar sus aciertos y contradicciones en materia de inestabilidad social, política y económica: dictaduras, democracia incipiente y, ahora, continuidad indefinida en el poder.
El presidente Evo Morales ha delegado la tarea de afirmar oficialmente que desea ser presidente de Bolivia por los siglos de los siglos, amén, a “las bases”, a las que él considera la voz del pueblo y que definirán en última instancia su permanencia en el gobierno. Un recurso bastante paradójico, sobre todo cuando se trata de legitimar lo ilegítimo: decir y hacer cosas malas que parecen buenas, o más bien, políticamente correctas.
Ha desvirtuado por completo el concepto de alternancia en el poder: “La alternancia es cambiar de modelo económico”, asegura. “Su modelo va bien”. “Quiere decir que Evo también está bien”.
La alternancia no tiene nada que ver con modelos económicos, es un factor imprescindible de la democracia en pos de su dinámica y de una visión participativa en materia política. La continuidad indefinida en los cargos del Estado o en el Ejecutivo, así haya sido resultado de elecciones libres y democráticas, no deja de ser negativa y proclive a distorsionar una democracia real.
La democracia se fortalece y se nutre a través de la alternancia en el mando y en el gobierno (Poder Ejecutivo). La perpetuidad en el poder y los mecanismos irregulares para hacer que un gobierno imponga su ley y su mandato, desembocan en absolutismos y de hecho.
La alternancia en el poder es “un principio democrático”.
Pero no solo debe existir alternancia en el mando, también, desde luego, en el poder. Lo que pretende Evo Morales es eludir ambas cosas, para asegurar, a través de mecanismos legítimos e ilegítimos, una continuidad indefinida del MAS, como administrador de este país, y el poder de mando representado y soldado a su persona como única opción de futuro.
La alternancia de mando y poder está referida, presidente Morales, a la amplitud democrática que sea capaz de ver a otros partidos políticos y líderes, aun sean estos miembros del MAS, como opción de gobierno que le dé dinamismo a la estructura política.
La alternancia democratiza y fortalece a un país, la vacuna contra la corrupción, el clientelismo, las prebendas, los poderes institucionalizados en la cosa pública y, sobre todo, desvirtúa los aires mesiánicos.
Bolivia es el país de la fiesta y la máscara, una suerte de conductas subconscientes que conducen a temores históricos a enfrentarse con su verdadera realidad, con realidades que obliguen a cavilar sobre lo que somos y lo que pretendemos ser como individuos y como colectividad. En ese afán, es menos complicado sustituir el cuestionamiento y la interpelación, por la negación. Pero la historia no falla a la hora de juzgar, es la espada de Damocles que pende sobre el cogote de los indecentes. ‘La fortuna política es como un largo orgasmo’. ¡Muy cierto! Pero también es como una montaña rusa, subes y bajas y, en cualquier momento, te vas de hocico.
El autor es comunicador social.
Columnas de RUDDY ORELLANA V.