Modelos de desarrollo agrícola
Si revisamos datos de producción de cultivos entre los años 2000-2013, se observan incrementos sobre todo en términos de superficie y volumen de producción y poco en rendimientos, tanto en cultivos industriales como no industriales. En el caso de la papa y maíz, por ejemplo, los incrementos en volumen de producción fueron 3.83% y 2.23% respectivamente, como tasa promedio anual, pero los incrementos en rendimiento fueron mínimos, 1.2% y 1.4% respectivamente; en el caso de la quinua el reporte es negativo (-0.7%). Informaciones recientes indican que la importación de papa, cebolla y tomate subieron entre 5 a 16 veces entre los años 2000 y 2016, aspecto que indica problemas no sólo en los rendimientos sino también en los volúmenes de producción. Este análisis se puede profundizar aún más cuando se constata que los rendimientos de la mayoría de los cultivos agrícolas en nuestro país son los más bajos en comparación con otros países latinoamericanos.
Esta situación debería llevarnos a analizar y re-evaluar el modelo de desarrollo agrícola que se está implementando en nuestro país. Considero que se aplican modelos diversos (la mayoría “importados”), pero predominan aquellos que se enmarcan en la agricultura convencional, con alto uso de insumos externos (fertilizantes, plaguicidas, semillas), basados en la ampliación de la frontera agrícola, sin importar los impactos y efectos de la deforestación y cambio de uso de suelo; esos modelos datan desde los siglos XVIII, XIX y XX (Hayami y Ruttan, 1989). Existen también modelos de agricultura alternativa (que surgen en los años 80´s y 90´s), como la agricultura orgánica y ecológica, que plantean evitar/reducir el uso de insumos externos y establecer sistemas de producción más parecidos a los ecosistemas naturales, revirtiendo de esa manera efectos negativos en el medio ambiente (Albarracín, 2015). Actualmente, con los transgénicos y la biotecnología, se posicionan modelos en el marco del nuevo paradigma de la revolución agrícola infobiotecnológica (Barrera, 2011), que busca superar riesgos creados por la “revolución verde” y atender las nuevas demandas del mercado nacional e internacional.
La pregunta que surge es, si estos modelos responden a políticas de Estado, o simplemente están vigentes por la movilización propia de los actores, donde cada uno “jala” por su lado, según sus intereses y convicciones, aprovechando oportunidades existentes. Considero que ocurre más lo segundo; muestra de ello es la persistencia de los bajos rendimientos de cultivos, y las grandes brechas existentes entre agricultores que exportan cultivos agroindustriales y agricultores que continúan en la subsistencia.
Si el actual modelo de Estado apunta hacia el Vivir Bien, entonces todo el aparato productivo y económico, incluido en agropecuario, debería enmarcase en eso. Para avanzar en ese sentido, como indica Beckford (1991), deberíamos centrarnos en definir nuestros “propios” modelos de desarrollo agrícola, adecuados a la realidad (productiva agropecuaria) diversa que tenemos en nuestro país y según tipología de productores. Ese proceso debería estar acompañado de cambios profundos en el sistema investigación, educación, innovación técnica e institucional (Hayami y Ruttan, 1989), que sean acordes a esos modelos. Teniendo claro los modelos a seguir, se tendrá más claro, los cambios (sobre todo institucionales y técnicos) que se requieren hacer para implementar esos modelos. De esa manera podremos avanzar no sólo hacia el crecimiento de la producción y productividad agrícola sino al bienestar y desarrollo de la sociedad rural y urbana.
La autora es ingeniera agrónoma y antropóloga
Columnas de ELIZABETH VARGAS SOLÁ