¿La trampa de la diversidad?
Hace unos meses, esta columna reflexionaba sobre “El siglo del yo”, un reporte cinematográfico de Adam Curtis en el que se analiza de cómo el ansiado, buscado y nunca encontrado Estado de Bienestar, que se diluye como lo hace toda ilusión sobre todo si quiere insertarse en una sociedad de consumo e individualismo exacerbado, así somos los sujetos que poblamos el Estado del no bienestar, hacemos de las “máquinas de felicidad” las proveedoras existenciales del goce, esto incluye celulares, IPod, internet y todo el mundo de productos que este mundo ancho y ajeno ofrece.
El proceso supone una emulación, del hombre de Vitruvio, hombre centro de la creación, el cual magnifica la expresión de esa individualidad en su estética, su discurso y claro está, en su pragmática. En esta línea, afirma Edú Galán, escritor y crítico cultural español, además de uno de los creadores de la revista satírica Mongolia: “Un deseo que se percibe múltiple, sin fondo y, contradictoriamente, uniforme, perfectamente predecible por algoritmos de empresas tecnológicas norteamericanas. La expresión de la identidad, no solo con sus ya tradicionales “nacionalismo”, “credo”, “ideología” o “equipo de fútbol” sino con los actuales “sexualidades” o “activismos”, es recibida por el capitalismo con los brazos abiertos: tanto que ha sido capaz de crear estructuras productivas (generalmente en China o Pakistán) preparadas para fabricar en cadena productos que aplaquen momentáneamente la demostración de las identidades individuales en Occidente”.
En este contexto, aparece La trampa de la diversidad (Akal, 2018) de Daniel Bernabé, donde se analiza cómo los discursos, siempre en construcción, han hecho visibles estos procesos identitarios, que se enriquecen y se bifurcan y también se integran a estas sociedades del espectáculo y el consumo. Intensa reflexión que permite otros vuelos. Algo que una clasemediera, denominada como “blanca” y con ciertos privilegios de educación, lee y resignifica. En esta línea de análisis, sería incongruente cuestionar los planteamientos del feminismo, los que a mi modo de ver son manifestaciones históricas y no pataletas estacionales, y sin embargo, cada vez y con mayor frecuencia no se puede obviar el hecho de que algunas adscripciones a las que una no se adscribe del todo, tales como el activismo más radical, deben ser siempre discutidos y no por ello ser calificada como una “aliada del patriarcado” con esa vieja violencia que nos es tan familiar. Igual pasa con la mirada al gobierno de turno, si lo cuestionas, eres de la derecha o tienes una nostalgia explícita por esos bonachones terratenientes corruptos que un día tomaron los destinos del país o de plano eres una racista. Con mayor frecuencia, si osas preguntar por el grado de contaminación del aire que respiramos o si cuestionas la matriz productiva vigente en el país, se te califica de ingenua ambientalista egresada de una universidbvv ad privada. Ahí cuando vemos en nuestro rostro, el mismo rostro del que defiende a rajatabla su adscripción, es donde debemos parar las antenas y trabajar en proscribir esa radicalización que separa aguas y no encuentra caminos en común.
Pienso luego existo y si pienso distinto, también existo.
La autora es escritora
Columnas de CECILIA ROMERO