La segunda oportunidad
Supongo que no todos los días alguien está dispuesto a donar su colección de libros. Una biblioteca privada resulta del tiempo y del esfuerzo económico, pero, sobre todo, de algo que más allá de ambos factores, tiene que ver con la acumulación de experiencias, deseos y sentidos de vida. Nadie posee una biblioteca solo por el afán de hacerse de una pila de libros que, a más de alguien en algún momento, va a incomodar; por tanto, los libros de uno se convierten en una especie de tesoro, preciado en tanto representa tu propia historia.
En consecuencia, donar una colección de libros es, sin duda, un acto de desprendimiento muy significativo, típico solo de gente altruista y sensible. Ahora bien, quien decide regalar su colección a una cárcel puede ser considerado –al menos es así como lo entiendo– una persona de una infinita fe en el ser humano.
Y cuando las noticias giran en torno a lo feo de la sociedad, a la cualidad más miserable del político, a lo más violento del hombre y de la mujer, aparece en un pequeño espacio de papel periódico una información que nos propone más que una reflexión; aparece Gustavo Álvarez Justiniano quien toma sus 376 libros y los dona al penal de Palmasola.
Gustavo un jubilado de 70 años, según El Deber, decide entregar su historia a los privados de libertad convencido de que la lectura aportará a la rehabilitación de dicha comunidad.
La acción de Gustavo Justiniano nos dice que hay luz, que no todo es oscuridad, que es posible la buena fe, que los egos se acaban o que quizá nunca se terminan de instalar en ciertas personas, que el amor por el otro es un acto práctico, que las personas somos capaces de dar segundas oportunidades, que podemos perdonar errores, que tenemos fe en el que se ha equivocado.
¡Maravillosa enseñanza de fe cristiana!
Un día antes de leer la historia de Gustavo Álvarez, había tratado de persuadir a un docente sobre su capacidad oculta de perdonar el error de un estudiante. Inútiles fueron mis esfuerzos porque el problema, en realidad, no era el acto cometido por el estudiante ni los antecedentes que el maestro pueda dejar a la institución, el hecho, simplemente, tiene que ver con la incapacidad de entender que el errar es humano y que todos merecemos una segunda oportunidad.
Esta semana también, una autoridad de la universidad en la que trabajo, insistió en que intentáramos un acto de empatía permanente, pero no cualquier empatía sino una que estuviera inspirada en Cristo: “pregúntense siempre, qué habría hecho Cristo”, nos dijo. Y pienso en la negativa del docente y pienso en don Gustavo, el donador de libros; y me digo que ese es el encanto de la vida, aprender a lidiar con una dualidad de expresiones que de todos modos te enseña. Una de cal y una de arena; una noticia mala y una buena; a veces oscuro, a veces con luz…así, como todo en la vida.
El Deber, la Cámara del Libro y el Colegio de Arquitectos de Santa Cruz construirán una biblioteca en el centro penitenciario de Palmasola, una cárcel, como todas, conflictiva de la que solo se conoce malas noticias; pues en esta oportunidad, tuvimos la fortuna de tropezarnos con una buena, con una información que nos alegra la vida porque nos llena el alma de esperanza.
Hace unos cinco años mi amigo Rodrigo, el adicto a la lectura, me dijo que una cárcel no tenía por qué ser un lugar digno; que Bolivia era demasiado pobre como para pedir que sus penales fueran mejores y que, así como son, es lo que se merecen los internos. Cristo no pensaría así y está visto que Gustavo tampoco. Gustavo, el donador de libros, sabe que Cristo les daría a esos pecadores una segunda oportunidad por eso tomó su historia, tomó su tesoro, sus 376 libros y los entregó a la fe, al amor, a la esperanza, a la confianza en el otro…a la segunda oportunidad.
Gracias Gustavo por hacer ejemplo de lo que es actuar en Cristo.
La autora es comunicadora social y educadora
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