El hoy de la educación...
Para quienes somos educadores, el tema educativo no se agota por las múltiples dimensiones que abarca.
El último tiempo ha sido turbulento en el terreno educativo. La dinámica evolutiva de la sociedad, la incipiente relación entre la escuela y la sociedad, el deseo de mejorar la calidad de los procesos formativos para responder a las demandas sociales han originado tensiones entre la realidad escolar y la época en la que vivimos, pues al parecer, la oferta educativa ha estado centrada únicamente en el conocimiento, separada de esa realidad, y no ha proporcionado a los estudiantes las herramientas necesarias para hacer frente a los desafíos de este siglo, pareciera que la educación en todos los niveles ha estado circunscrita a un aprendizaje para el momento y no para la resolución de problemas en un escenario real y efectivo.
Cualquier intervención educativa se basa en principios, en fundamentos que orientan la práctica pedagógica. En ese sentido, el modelo sociocomunitario productivo está enmarcado en la concepción de que tal intervención es una actuación social, por tanto, uno de los aspectos sustanciales implica que se debe procurar que los estudiantes adquieran autonomía en el planteamiento y en la resolución de problemas, en colaboración con otros; para ello la práctica del docente debe estar en correspondencia con ese propósito, es decir, debe facilitar su accionar en el aula para su concreción real en el contexto del propio estudiante. En esa lógica, la tarea del docente es generar condiciones en el aula para que el estudiante sea capaz de tomar decisiones, reconociendo sus potencialidades y asumiendo sus limitaciones, proporcionándole espacios de desarrollo para su actuación, brindándole el acompañamiento durante el proceso y constituyéndose en un mediador entre éste y el entorno.
Para lograr todo ello se necesita articular la gestión institucional con la gestión académica de manera coherente, tarea nada fácil si no se termina de entender desde la administración educativa del Estado que no se trata sólo de proporcionar infraestructura, recursos materiales o recursos financieros para garantizar una buena calidad de la educación. La mejora de la educación en general y de la práctica docente en particular, dependen mucho de cuán convencidos están los educadores de la importancia de su labor transformadora, cuán comprometidos están con el modelo que están implementando, cuánta coherencia existe entre lo que hacen y los resultados de aprendizaje de los estudiantes y, a su vez, cuánto significado y utilidad hallan los estudiantes a lo que aprenden, cuánto sentido encuentran a lo que hacen día a día en las instituciones educativas y si el planteamiento de sus necesidades de aprendizaje es atendido por la comunidad educativa. Asimismo, qué observan los padres de familia con relación a la formación que reciben sus hijos, independientemente si éstos aprobaron o no, qué demanda la sociedad para esta época y con qué proyección. Cabe preguntarse ahora, cuáles son los alcances del proceso de transformación curricular y cuál su impacto a seis años de implementación del modelo.
¿Por qué no enfrentar seriamente, desde el Ministerio de Educación una evaluación al sistema educativo sin sesgos, que dé cuenta de estos aspectos con objetividad desde la voz de los actores, docentes, estudiantes, padres de familia y otros agentes de cómo observan el proceso de transformación vigente y cómo se puede mejorar la educación en nuestro país con todos sus pros y contras?
La autora es docente e investigadora.
Columnas de MARÍA LUZ MARDESICH PÉREZ