El intenso sabor de nuestras frutas
Tempraneros los llaman y están aquí en mercados y calles de la ciudad. Anaranjados, amarillos con mejillas coloradas, fraganciosos, de piel suave y uniforme, jugosos y plenos de sabor. Son los duraznos del valle alto –San Benito, Arbieto, Chacapata…— o de San Isidro, cerca de Pojo, a medio camino hacia Santa Cruz por la antigua carretera.
Y hay también las uvas de Saipina, las sandías de Omereque, las piñas del Chapare y los ciruelos de las mismas y de otras localidades vallunas. Las frutas en este fin de primavera son una fiesta de colores y sabores que se exhibe seductora en los puestos de venta.
“Pero hay año redondo”, dirán muchos, refiriéndose especialmente a los duraznos y las uvas.
Es cierto. La oferta de esas frutas en Cochabamba es prácticamente permanente, pero aquella que viene de nuestros valles, y de los de Santa Cruz, no.
Cuando no es “su época”, esos durazno y uvas que nos tientan desde los puestos de venta son argentinos, chilenos o peruanos. Y son jugosos y de excelente apariencia. Pero de sabor mitigado.
Su brillo y tamaño es inversamente proporcional al disfrute gustativo que uno espera al darles un mordisco.
Esa expectativa se cumple cuando se trata de frutas nuestras, cultivadas por bolivianos, maduradas por el caliente sol de nuestros valles de altura.
Elegir las importadas y pobres de sabor, o las nacionales y plenas de gusto es atribución nuestra. Y junto con el placer de su sabor, está el fomento a la agricultura local.
Norman Chinchilla
Periodista de Los Tiempos
Columnas de Norman Chinchilla