La inmoralidad kantiana
Hace ya bastantes años escribí un artículo en contra de Hans Kelsen, jurisconsulto alemán que en la primera mitad del siglo XX expuso lo que en síntesis es denominada “pirámide de Kelsen”. Conforme a Kelsen, la constitución política da las pautas fundamentales del derecho, siendo los diferentes códigos algo así como sus emanaciones, y en dependencia jerárquica siguen las leyes, los decretos y las ordenanzas. Muy bien como principio político, pero que, llevándolo con rigor, produce nazismo (así Kelsen haya sido judío). Hitler era dictador absoluto, porque la constitución alemana fue modificada legalmente para establecerlo así. Como lo determinó el abogado Ramiro Condarco hace ya años, el código civil tiene precedencia práctica sobre la constitución política en lo que toca a los verdaderos derechos de la ciudadanía, excepto en lo político. Pero dejemos esto y pasemos al filósofo Kant, considerado uno de los grandes de la filosofía alemana por los marxistas y tantos otros más.
Inmanuel Kant era un hombre de luces intelectuales, pero, al igual que su predecesor el francés Montesquieu, también era un filósofo reaccionario. La reputación de Kant ha sido destruida hace pocos años por el escritor francés Michel Infray en su ensayo “Un cantiano entre los nazis” y en su breve obra de teatro “El sueño de Eichmann”. Pues resulta que Adolf Eichmann era, ya de familia, adscrito como practicante de la filosofía de Kant.
El trabajo de Eichmann durante la segunda guerra mundial era dirigir el envío en trenes de los judíos y otros más a los campos de concentración. Lo hacía sin ningún cargo de conciencia, porque las leyes alemanas en vigencia entonces, hacían que su labor fuese legal. Así, Eichmann era un eficiente servidor público. En esto, ¿dónde entra Kant? Pues que en su principal postulado, sobre “el imperativo categórico”, sostenía que tal imperativo, que debía acatarse categóricamente,era el que emanaba del orden legal, de las autoridades superiores, fuese gobernantes, leyes o principios religiosos o de moral aceptados. Concretamente, se acata un “imperativo categórico” incluso si está en contradicción con el razonamiento moral. Dicho de otro modo, se acata incluso si es inmoral.
Es abismal la diferencia que establece Confucio respecto a los principios morales en relación al tal “imperativo categórico” kantiano.
Ahora Kant ha salido en las noticias por su moderna capacidad de producir discusión. Resulta que este filósofo valetudinario vivió en Köningsberg, ciudad que fuera capital de Prusia Oriental. Pero ese pequeño país (porque los países no son sinónimos de Estados ni en alemán, ni en francés, ni en italiano), que fuera parte del reino de Prusia cuya capital fue Berlín, no existe más desde que terminó la segunda guerra mundial. Ahora Köningsberg se llama Kaliningrado, es territorio ruso y sus habitantes son rusos. Aun así, los rusos han reconstruido la bombardeada catedral luterana de esa ciudad y conservan en buen estado la tumba de Kant.
En este año 2018 las autoridades locales decidieron que el aeropuerto de Kaliningrado sería etiquetado con el nombre de Kant. A lo que un diputado de la república de Tatarstán, de los tártaros, que es parte de la Federación Rusa, se opuso diciendo que ese nombre resultaba antipatriótico. Ya está; tormenta. La marina rusa que tiene una importante base en Kaliningrado, quiere otro nombre. Un profesor de filosofía de Kaliningrado ha acusado al filósofo, con los argumentos de este artículo. Los kaliningradenses aducen que no saben qué escribió Kant, pero que no era ruso sino alemán. No soy marxista, pero como ellos y muchos más, creo que la civilización va más allá de las nacionalidades, así que no veo nada malo en Kant excepto su inmoralidad filosófica.
El autor es escritor
Columnas de BERNARDO ELLEFSEN