Amenazas contra la prensa libre
Confirmando una tendencia que durante los últimos años tiene en permanente estado de zozobra a periodistas y medios de comunicación de nuestro país, el año 2019 se ha iniciado con dos elocuentes muestras de lo mucho que la libertad de prensa incomoda a las fuerzas gubernamentales.
Una ofensiva judicial iniciada por los altos mandos de Entel y unas vergonzosas palabras pronunciadas por el presidente del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) en el marco del discurso/informe con el que inauguró el Año Judicial 2019, son los dos casos a los que nos referimos.
Ambas agresiones contra la prensa libre son sólo dos de las más visibles manifestaciones de unas intenciones que no son nada nuevas. En efecto, durante los últimos años han abundado los motivos para temer que seguimos avanzando en un proceso que paulatinamente lleva a que Bolivia pase a formar parte del conjunto de países sometidos a regímenes proclives a coartar la libertad de expresión.
En realidad, los casos a los que nos referimos no resultan novedosos para quienes día a día, desde hace ya casi 13 años, tratamos de llamar la atención sobre este problema. Lo que los hace especialmente dignas de atención es que confirman que las denuncias –cada vez más frecuentes– que se hacen sobre las muchas maneras como se pone cortapisas a la labor periodística no son exageradas ni están motivadas por intereses ajenos al bienestar colectivo.
La similitud entre la manera como esa tendencia se manifiesta todavía de manera incipiente en el caso boliviano y lo lejos que ya ha llegado en Venezuela y Nicaragua no debe ser subestimada. Hay que recordar que en ambos casos las señales de alerta no fueron oportunamente atendidas hasta que fue demasiado tarde, cuando ya poco se podía hacer para apoyar a los periodistas e intelectuales que ponen los valores básicos de la libertad y la democracia, por encima de los intereses que están llevando a nuestro continente a un retroceso histórico de grandes proporciones.
La manera brutal cómo, durante los últimos días, el Gobierno nicaragüense se dio a la tarea de silenciar a los medios que no se muestran dóciles ante los abusos que comete Daniel Ortega y su esposa ha vuelto a poner el tema en el centro de la atención de los organismos defensores de la libertad de prensa pero, al parecer, demasiado tarde y sin la suficiente fuerza para detener los atropellos.
Ante tan deplorable situación, sólo cabe perseverar, sin dar brazo a torcer, en la lucha diaria para detener, primero, y revertir después, un proceso que si no es resistido con todo vigor nos puede llevar a la pérdida del bien más preciado: la libertad.