Siendo clase a medias
Hace años, 12 más o menos, atravesaba una difícil encrucijada para mi propio futuro: tenía acumulada cierta experiencia laboral siendo funcionario público en el área de planificación y gestión de la inversión pública y el gasto corriente del gobierno central y eso cuando la federalización del país todavía parecía remota; pero había decidido dejarlo, abandonando una promisoria carrera como técnico de la burocracia pública en procura de otras fuentes de sustento…
Por supuesto, los riesgos implicados devenían altísimos. Ya no era tan joven, y mis recursos para costear aquel periodo de incierta transición hacia otra cosa eran muy escasos y limitados en el tiempo. Sí, pretendía vivir de las ciencias sociales y la literatura en lo posible y aquello era algo así como proclamar el “patria o muerte”. Ciertamente, si fracasaba, todavía tendría algún chance para reincrustarme en la gestión pública o las burocracias “oenegeístas”, pero el precio por el tiempo de carrera perdido sería muy elevado, de seguro caería al final de la estructura de los mandos, vosotros sabéis de qué hablo ¿verdad?
Cabe preguntarse ¿por qué hacía semejante tontería? De seguro, por seguir el ejemplo de malos consejeros. Hubo muchos, pero uno principal en esos tiempos: Henry Miller. Inspirado en sus novelas, durante mis últimos meses laborando en la planificación y gestión del gobierno central, ensoñaba una pesadilla recurrente (alguna vez ya conté algo sobre ello):
…Camino bordeando un muro viejo de ladrillo, y cómo la cuadra es muy larga y el Sol resplandece rabioso en su zenit, voy resignado mirando las manchas de humedad que las lluvias hubieron formado durante décadas de invariable rutina y eso me recuerda a las tareas pendientes del trabajo… Para mi sorpresa, de pronto me doy cuenta de que una de ellas oscila como las ondas de un estanque y, antes de que pueda darme cuenta lo que pasa, comienzan a salir hombrecillos por el hoyo que con gestos me invitan a pasar…
¡Cielos!, una dimensión paralela, No lo pienso e ingreso por el hoyo rumbo a lo que parecería ser la tierra sin mal... Entonces, la radio vuelve a encenderse, está programada para eso todos los días a las 7:00 a.m. Me resisto, pero ponen de nuevo aquel espantoso comercial que te habla sobre la felicidad que sentirás destapando Coca Cola, mientras yo pienso en las víctimas de la lucha contra el narcotráfico, conque me levanto de un salto y logro apagarla justo antes de la última parte.
Debería existir un término para nombrar tanta estupidez, vuelvo entonces a decirme a mí mismo rumbo a la ducha, ojalá se abriera una grieta y se tragase la estupidez de la tierra, aunque tenga que llevarse consigo a media humanidad, y procurando llegar temprano al trabajo, ya no reflexionaba más.
En una de las últimas veces con esos afanes, tomé un taxi; el taxi cruzaba la ciudad aun medio vacía –había salido más temprano–, de pronto da la vuelta por la vieja estación de tren –inusual ruta– y, para mi sorpresa, aparece el muro del sueño. ¡Alto! –digo al conductor–, y me bajo buscando manchas de humedad, pero no salen los duendes. No importa, la cuadra está poblada de frondosos árboles, ignoro sus nombres, tampoco importa, los pájaros trinan en las copas y sopla fresca la brisa, se oye el rumor del viento entre las hojas, cierro los ojos un instante y nada más escucho.
Esas veces, debo admitirlo como resultará claro, carecía de buenos conocimientos inherentes al fenómeno burocrático, del que pronto volveremos a discutir por este medio.
El autor es economista.
llamadecristal@hotmail.com
Columnas de JUAN JOSÉ ANAYA GIORGIS