Compensar a Medinaceli
Hace más o menos 84 años, el escritor Carlos Medinaceli Quintana, a la sazón director de “La Gaceta de Bolivia”, había sido “detenido por supuestos cargos de derrotismo”.
Desde luego, “derrotismo” nunca apareció como delito en código penal alguno así que su detención debió ser un exceso del presidente José Luis Tejada Sorzano, al que los escritores amigos del detenido le dirigieron una carta solicitándole que lo ponga en libertad.
Todo indica que Medinaceli no escarmentó porque, poco después, publicó, en el periódico “La Calle”, un artículo con el título “Homenaje a Miss Tarija” refiriéndose, por una parte, a una “falta de lucidez en el tarijeño corriente” y, por otra, a las elecciones de belleza que calificó “como una exposición de ganado vacuno o lanar en donde se busca, con fines comerciales, los mejores ejemplares para obtener el mejor rendimiento económico”.
El impacto del artículo fue tal que el periódico fue clausurado por dos semanas. Aunque se publicó con seudónimo, los residentes tarijeños, reunidos con ese motivo, identificaron al autor y decidieron matarlo, al igual que al director de “La Calle”, Nazario Pardo Valle.
Medinaceli huyó a su hacienda de Chequelte, cerca de Cotagaita, mientras que Pardo Valle tuvo que tragarse hasta dos atentados en su contra.
Y es que el futuro autor de “La Chaskañawi” era así, irreverente y lengua suelta. Ponía lo que pensaba en sus escritos y los publicaba. Se explica, entonces, que haya tenido tantos enemigos.
Cuando murió, en La Paz, el ministerio de Educación negó sus salones para el velorio. Lo enterraron en cualquier parte y su tumba, probablemente cambiada de lugar por lo menos una vez, estuvo en el total anonimato hasta la semana pasada, cuando Guimer Zambrana la encontró por mi encargo y usando las coordenadas facilitadas por la carrera de Literatura de la UMSA.
Polvorienta, la tumba de Medinaceli está olvidada en un pabellón desconocido. Comparte nicho con su madre, Carmen Quintana. Nadie le visita. “El ramo colocado junto a su lápida está tan seco que denuncia que hace rato es visitado únicamente por el olvido”, escribió Guimer.
Medinaceli cometió el pecado de la verdad, ese que jamás perdonan los políticos –quienes ahora elucubran una “ley contra la mentira”–. Bolivia fue injusta con él, tanto, que lo tiene olvidado en un rincón anónimo del cementerio más poblado del país. Es hora de compensarle.
Ya se levantaron voces en Sucre y Potosí pidiendo el traslado de sus restos.
Los administradores del cementerio de La Paz, entre los que se cuenta el alcalde Luis Revilla, tienen la palabra.
El autor es periodista, Premio Nacional en Historia del Periodismo
Columnas de JUAN JOSÉ TORO MONTOYA