La dicha de escucharte
Hasta el siglo XIX, quien quisiera escuchar música tenía que estar presente en el mismo espacio que los ejecutantes o ejecutarla él mismo. La música, que es un arte del tiempo, era un fenómeno efímero que se desvanecía definitivamente cada vez que dejaba de ser ejecutada. La experiencia de escuchar música era rara y muy valiosa.
Hubo un tiempo en que la música fue venerada con pasión religiosa. El filósofo Schopenhauer explicó que la música revela la realidad más intima del universo, la esencia verdadera de la realidad.
Según este filósofo, el intelecto convierte los datos que le suministran los sentidos en representaciones o conceptos de la realidad. Construyendo representaciones del universo, el intelecto cree conocer la realidad.
La música, en cambio, no representa, sino que nos permite sentir directamente el universo. Nos lleva a sentirnos a nosotros mismos en el momento en que sentimos el universo. Escuchar música es un goce muy íntimo que se confunde con la experiencia de percibirnos. Al escuchar música nos escuchamos a nosotros mismos.
Si varias personas escuchan la misma música y además mueven sus cuerpos en sincronía, se sienten profundamente relacionadas no por una idea sino por un sentimiento. Por eso, cuando la escucha es colectiva, cuando se la danza o se la marcha, el grupo social se manifiesta en situación presente.
A pesar de este pasado glorioso, la música se ha convertido hoy en algo totalmente diferente. Su transformación comenzó a fines del siglo XIX, cuando la tecnología logró almacenar, transportar y reproducir la música en cualquier momento o lugar. La música, que en el pasado era un objeto raro, tan precioso que su posesión era privilegio de reyes y sacerdotes y de personas que debían forzar su cuerpo para aprender a ejecutarla, es hoy tan fácil de obtener que es casi gratis o totalmente gratis pues es muy fácil de robar.
Escuchar música ya no ocurre luego de una ceremonia que instaura un silencio previo a la escucha. Por el contrario, hoy es necesario alejarse de la música para encontrar el silencio. Hoy la música es parte del ambiente urbano, de los mercados, de la calle.
La proliferación de la música ha trasformado su valor. La música ya no vale por ella misma, sino que sirve de acompañamiento. La música es puesta al servicio de la venta, para atraer clientes, para llamar la atención o simplemente para ayudar a la gente a huir del tedio o del miedo al silencio que invadiría los ascensores o los supermercados. La mayoría de las personas la usa para acompañar su trabajo.
Para tener valor, la música necesita aditivos. No hay hit sin videoclip. No hay interprete sin imagen, sin farándula, sin escándalo. Además, necesita altos decibeles para existir en una ruda competencia con otras músicas que produce una inmensa industria.
Los individuos de hoy, inmersos en la música ambiental de los supermercados, vamos perdiendo la oportunidad de escuchar música propia y acceder a nuestras emociones personales más íntimas. Y no nos escuchamos a nosotros mismos ni conocemos el universo directamente, sin la ayuda de representaciones, conceptos, lenguajes. Somos tan intelectuales que nos definimos a través de ideologías, corrientes de pensamiento, que nos conocemos a través de la ciencia. Como hay tantas ideas contradictorias, estas nos vapulean, nos unen o nos separan. Agotados por los conflictos queremos ser gobernados por ideas únicas y fanatismos, o albergamos la esperanza del alivio que significará ser gobernados por robots racionales.
Y, sin embargo, la dicha de conocer el universo directamente está al alcance del oído. Basta dedicar algunos momentos de la vida cotidiana para encontrar la música que abre a la escucha de uno mismo.
El autor es actor y ciudadano luisbredowsierra@gmail.com
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