El papa mediador
Ahora resulta que el Pontífice desea intermediar en el conflicto que tiene a millones de venezolanos sometidos a una de las “dictaduras en democracia” más sanguinarias del continente. Ha manifestado ese propósito, luego de que uno de sus aliados ideológicos, Nicolás Maduro, le solicitara expresamente su intervención.
Evidentemente que su Santidad, solícito y presto, como no podía ser de otra manera, dejó en claro la posibilidad de intervenir como “mediador” en el conflicto siempre y cuando ambas partes así lo requieran. Mediar en un conflicto no es poca cosa. Mediar en un conflicto donde una de las partes ha exterminado y mandado asesinar gente en las calles, además de detener a otras por razones políticas, tampoco es poca cosa. En otras palabras, su Santidad desea ser mediador en una controversia en la que los representantes de una parte, poseen legitimación para ser sometidos a la Corte Penal Internacional por delitos de lesa humanidad. Es decir, podría entenderse que con la mediación, lo que se busca es colocar a dicha parte, en una situación jurídica que impida acciones legales futuras en su contra, habida cuenta los efectos que generaría un posible pacto de mediación.
Sin embargo, para mediar, no basta que las partes en controversia manifiesten su aquiescencia para sentarse en ese plano, también es necesario que se trace una bitácora que establezca cuáles son los puntos que serán sometidos a la mediación y, por sobre todo, que el mediador goce de la confianza de los contendientes y sea neutral. Ahí, nuestro querido Papa, está en problemas y desventaja. Estoy convencido de que la mayoría de los venezolanos le restan autoridad moral para desempeñar el rol de mediador, esa autoridad que en su momento la tuvo Juan Pablo II cuando intervino como mediador en el conflicto del Beagle entre Argentina y Chile. El Pontífice de entonces, no sólo gozaba de reputación y amplio honor como Obispo de Roma, también supo desempeñar su papel mientras duró su pontificado, sin inclinaciones ideológicas y políticas. Nunca quedó callado ante las injusticias, y por ello se ganó el amor y respeto de todos, a diferencia de su Santidad Francisco que provoca en muchos sectores rechazo por su silencio cómplice ante los atentados a los DD.HH que se perpetran en Venezuela.
Pero bueno, de lo que se trata es de entender cuál la motivación para que ahora, y recién ahora, después que durante tanto tiempo se le pedía se pronuncie ante los asesinatos, hambruna y persecución política en ese país, haya decidido ofrecerse como mediador. Reitero, para serlo, debe uno ser neutral, imparcial y, por sobre todo, no debe asumir el rol de abogado de una de las partes. La pregunta es ¿Francisco fue neutral e imparcial en sus comentarios ante las denuncias que afectaban al régimen chavista de Nicolás Maduro? No lo fue un solo instante. Todo lo contrario. El Papa demostró tanta afinidad con el autodenominado socialismo del siglo XXI, que en algún momento perdió la brújula y la consistencia en el discurso, lo que le generó demasiadas críticas por la pusilanimidad con la que atendió las denuncias que afectaban a Maduro. Por tanto, que ahora, a petición de aquél, se brinde a mediar en una reyerta que ya no pasa por mediación alguna, constituye una afrenta a todas las víctimas fatales del chavismo y a todos los que ahora siguen sufriendo hambre, destierro y desatención en servicios básicos.
Termino aquí: lo de Venezuela ya no tiene vuelta. La diplomacia al fin supo jugar su rol después de tanta desidia. El camino sin retorno no pasa por la mediación papal, interesada y desafortunada ahora. Ese camino pasa porque los venezolanos, con el apoyo de las democracias del mundo, recuperen la República castrada, busquen la reconciliación y castiguen, con la ley en la mano, a los culpables. Por ello, a estas horas, ayuda más un Papa callado que uno preocupado por la suerte del genocida.
El autor es abogado.
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