Recordando a García Márquez
Hace poco hubiese cumplido 92 años Gabriel García Márquez. Tuvo una virtud innata: la de crear mundos increíbles para la comprensión de la mente humana. Su narrativa tiene un dejo de reivindicación social, pero no como lo tienen las expresiones de arte vulgares, que ponen a flor de piel la voz de la injuria y el reclamo, dejando de lado la expresión o el sentido de la belleza; la obra garciamarquiana inscribe en sus vetas de fondo una voz que, ante el mundo, reclama una segunda oportunidad para los pueblos de América Latina. Universaliza su arte yendo de lo particular a lo general. El Caribe, Aracataca, Riohacha, el río Magdalena, las tierras bananeras, son solamente referentes de lo que sucede en la integridad de un continente que quiere redimirse en casi todos los sentidos. Su narrativa, además de ser una fuente de disfrute literario y un homenaje al uso pulcro de la lengua castellana, es también una mina de sugestiones sociológicas que están inscritas como en criptogramas. “Cien años de soledad” es la voz de todo un continente que se desprende de sus nacionalidades para levantar el grito del americanismo. Su autor es el portavoz de los latinoamericanos —cultos y no cultos— que quieren cantar la soledad que sienten frente al mundo. Gabo, con ser el más entrañable colombiano de cuantos existieron, es al mismo tiempo el colombiano más universal de todos los que nacieron en Colombia. Y por tanto, ya no es de su patria. Pertenece al mundo.
“El amor en los tiempos del cólera”, para mí su mayor obra, y sin duda una de las más importantes de la literatura universal, es el testimonio de cómo una mente puede hilar una historia tan bien hecha y tan compacta, como las que presenta el francés Victor Hugo en “Los miserables” y “Nuestra Señora de París”. O como la que se lee en las páginas de “El rojo y el negro” de Stendhal.
García Márquez se mide con aquéllos, y es gloria del mundo, pero lo es más de nosotros los latinos.
Licenciado en Ciencias Políticas
Columnas de IGNACIO VERA DE RADA