Abejas y coca
“Animula, vagula, blandula… Quae nunc abibis in loca… Nec, ut soles, dabis iocos...” [Pequeña alma, blanda, errante… ¿Dónde morarás ahora… Incapaz de jugar como antes...?]. Estos versos pertenecen, de acuerdo a la Historia Augusta, al poema fúnebre que el emperador Adriano, el Errante (117–138), escribió en su lecho de muerte. La melancólica preocupación de un anciano moribundo por el albur de su alma puede aplicarse al previsible destino del más útil de los insectos, la abeja doméstica, inteligente benefactora de la humanidad. Chispa de sol. Alada dulzura. Alma en flor. Meliturga 0brera melífera: Apicula, vagula, blandula… Apis mellifera.
Alegoría del trabajo y la elocuencia, el “insecto de oro” fue venerado por muchas civilizaciones. Una “abejita”, narra un relato hitita, salvó al mundo de la catástrofe despertando al divino Telipinu. Un mito órfico señala que Panes, el dios del amor —el «revelador»—, es una extraordinaria abeja celestial y la colmena una república ideal que confirma el mito de la Edad de Oro, cuando la miel caía de los árboles. Fueron abejas las que alimentaron a Zeus y las que precedían las apariciones eróticas de la diosa Afrodita Filopannyx, «Amante de la Noche entera». Y, para bien de la filosofía, las abejas depositaron miel en la boca de Platón otorgándole la sabiduría y dulzura de su estilo. Aristeo y sus abejas, Sansón y las suyas, yo y las mías… Abejas y literatura: tópico dulce e inagotable. Señalo a Virgilio, Cervantes, Shakespeare, Maeterlinck…
También la ciencia celebra a las abejas. Son las principales responsables de la polinización de las plantas, indispensables para la vida en la Tierra, estimándose que más de la tercera parte de los alimentos procede de su labor. «Si desaparecieran las abejas» anota Einstein «al hombre solo le quedarían cuatro años de vida».
Las abejas, pese a su importancia, son amenazadas por insecticidas, desforestación, monocultivos e incendios. Están, en algunos lugares, en peligro de extinción. En Bolivia, según un reportaje de Euronews, «las plantaciones de coca están provocando un efecto imprevisto: una auténtica hecatombe de abejas” por el empleo de insecticidas “derivados del ácido fosfórico, una sustancia muy tóxica, que se acumula en el organismo de las abejas y vuelve loco su sistema nervioso central”. El uso de pesticidas revela el aumento de cultivos de coca en detrimento de los bosques lluviosos. Hay, estima la ONU, 24.500 hectáreas de coca en Bolivia, con un aumento del 7 % anual, (más que el PIB).
Los cocaleros, “conscientes” de la toxicidad de esos productos, aseguran no tener alternativa: “Utilizamos los pesticidas para las plagas porque las plagas se comen la coca en pedacitos […] Muchos de los productores de coca somos conscientes de que estamos afectando con estos productos químicos al medio ambiente, pero no nos queda otra alternativa porque la coquita nos mantiene y nos da la economía para mantener nuestra familia” (William Wroblewski, AFP 4 de enero, 2019). Intento comprender lo incomprensible y, ni modo: en el “socialismo” andino se quiebra el vínculo entre ética individual y bienestar colectivo; hay que trabajar como sea para garantizar el pan de cada día, frase típica en un país con crisis de valores. Más triste es la reacción de lectores internacionales a ese reportaje: “Lo que menos les interesa a los bolivianos son las abejas, a ellos sólo les importa la coca, y coca y más coca”. Demencial, pero cierto.
El gobierno MASchista de Evo Morales guarda silencio o, como siempre, “nadie sabe ni sabía nada”. No sólo la institucionalidad del país y la defensa del medio ambiente están en entredicho. La cultura y la inteligencia de la gente también. Bolivia parece un país de apáticos sobre cuyas espaldas se puede sembrar coca para elaborar cocaína. Tal el precio impuesto por gobernantes que todavía no están “preparados” para irse a casa. Si los cocaleros o los que “nada saben” se perpetúan en el poder (y no es —a lo Loza— “un chiste nomás”), van a controlar el futuro donde incluso las indefensas abejas serán víctimas del “proceso de cambio” y de la disparatada “revolución cultural” que hace marchar atrás al tiempo, asigna sexo a las piedras y ofrece cholitas “misses” a cualquier hijo del pueblo que visita el Chapare. ¿Hasta cuándo —escribirían los autores del célebre manifiesto independentista de la Junta Tuitiva de La Paz— seguiremos aceptando cualquier cosa con una resignación bastante parecida a la estupidez? Vale.
El autor es economista y filósofo
Columnas de GUSTAVO V. GARCÍA