Religión, política y pecado
Una cosa es doctrina religiosa, otra es religión, otra es fe y otra, institución religiosa, y, para analizar estos asuntos que ahora nos ocupan, es necesaria una clara noción significativa de cada una de esas categorías conceptuales.
Todo en la historia es construcción. Las revoluciones y conquistas, que parecen obstáculos en el devenir, demandan sangre y lágrimas, cierto, pero es el precio que debe pagar el género humano por una transformación radical.
La victoria de los españoles sobre los nativos americanos se debió a una superioridad tecnológica y militar, no a una supremacía de organización política ni económica. De la misma forma, el triunfo del cristianismo sobre la sociedad americana se dio por el uso que sus ejércitos hacían de las armas y la ingeniería militar de occidente.
Mirar el pasado con resentimiento es un aliciente para el espíritu retrógrado que retrasa el progreso de todos y, esencialmente, de nuestra América Latina, un lugar donde la cuestión indígena no ha sido resuelta del todo por ningún gobernante que se diga defensor de lo autóctono.
La cuestión de la Iglesia católica, la de los pecados que, desde siempre, se producen en su interior, debe analizarse desde la perspectiva de las corrupciones en las que incurre el ser humano cuando se halla en cualquier o institución donde hay poder, dinero, o ambos.
Los asuntos de la fe y de la religión, en su más pura y sagrada concepción, son en verdad ajenos al reproche. Lo que sí debe hacer la Iglesia, como estructura humana relacionada con la virtud, es implementar un proceso eficaz de eliminación de cualquier indicio de pederastia que se perciba en cualquiera de sus agentes.
Licenciado en Ciencias Políticas
Columnas de IGNACIO VERA DE RADA