Relatos no relatados de un reportero
Son las 6:00 (o 5:30, ya no sé) la wawa llora. Me levanto, mi esposa ya está de pie (que fortaleza que tiene para dormir pocas horas) no sé cómo, pero me visto. Procuro ponerme medias pares, porque alguna vez ya fallé. Preparo el desayuno mientras veo las portadas, reviso como 40 grupos de WhatsApp y monitoreo los noticieros.
Suena el despertador, –muy tarde despertador, pienso– y luego salgo. Pero regreso porque me olvidé algo. Siempre me olvido algo. Las wawas se despiden.
La reunión de planificación ya dio los lineamientos y hay que ejecutar acciones. Una llamada, dos, tres… cuatro… por fin alguien responde, pero no dice nada. Otra llamada; no tengo esa información, dicen. Entonces, a la calle.
Ahí saludo a los colegas sin mirar sus rostros mientras veo mis celulares –el personal y el corporativo–. Ellos tampoco me miran por el mismo motivo. El WhatsApp nos controla. Entrevistamos a la fuente y al despedirnos nos prometemos encuentros que nunca cumplimos.
No hay tiempo para lamentos. Es la hora de los adelantos. Compro un pique de la “case” y algo de fruta y en un destartalado micro me voy para la oficina.
Largas horas de edición, más llamadas, fotos, cambios de enfoque. Que Evo dijo, que Mesa respondió, que hay documentos de esto, que no hay, que las elecciones, que los narcos...
No sé cómo, pero son las 21:00 (o 22:00, ya no sé). Las páginas están casi listas. “Que no pase nada más, así me voy temprano”, me digo. Reviso, las jefas aprueban.
En casa todo está oscuro. Revisó 40 grupos de WhatsApp. Me recuesto. Qué lindo es mirar la historia así, ver cómo pasan las cosas y poder contarlas, reflexiono. Pero no hay mucho tiempo, porque la wawa ya va a llorar y tengo que hacer el desayuno.
Editor de Política de Los Tiempos
Columnas de Nelson Peredo