Nunca es tarde para pedir disculpas
E n los últimos años, los periodistas y comunicadores sociales bolivianos son blanco de constantes agresiones físicas o amenazas que vienen, especialmente, de funcionarios que detentan un determinado “poder” político, empresarial, policial o desde la misma ciudadanía.
Hay países que ponderan la labor de alto riesgo a la que se exponen los reporteros y públicamente reconocen las equivocaciones que cometieron contra los profesionales de la información.
Habría que tomar como ejemplo el gesto del Gobierno mexicano cuando, el pasado 10 de enero, después de 14 años, pidió perdón cinco veces a la periodista Lydia Cacho por la persecución que sufrió en 2005 tras haber publicado una investigación llamada “Los demonios del Edén”, trabajo sobre la trata y explotación infantil en el estado de Quintana Roo.
Con hidalguía, el Estado mexicano se disculpó: violación del derecho a la libertad de expresión; detención arbitraria; tortura como instrumento de investigación; violencia y discriminación en razón de su género; e impunidad y corrupción alentada por las instituciones.
Cacho fue detenida ilegalmente en Quintana Roo, nueve meses después de publicar su investigación, por 10 personas que aseguraron ser policías del Estado de Puebla. Los agentes la llevaron desde el sureste mexicano hasta el centro del país en un trayecto de 20 horas en carretera.
La periodista fue víctima de tortura psicológica, tocamientos y amenazas de muerte.
Todo ese episodio fue producto de la complicidad entre el empresario Kamel Nacif, involucrado en una red de pederastia, y el entonces gobernador de Puebla, Mario Marín. Un audio de la conversación telefónica entre ambos, en el que se exponía la colusión del poder político y económico para callar a la periodista, cimbró el 14 de febrero de 2006 a la clase política de México.
Editor de la sección Mundo de Los Tiempos
Columnas de ALFREDO JIMÉNEZ PEREYRA