Palabrería
Algunos intelectuales que apoyan al gobierno indican muy serios que la continuidad del binomio presidencial se justifica en tanto no se concluya la vertebración caminera, la construcción de las represas, la instalación del agua potable, del gas domiciliario, de la planta externa de energía eléctrica, etcétera; también, y con el mismo afán prorroguista, hablan de la necesaria redistribución de la riqueza porque al parecer todavía es grande la distancia existente entre los ricos y pobres del país. Este argumento no es de ahora y tiene fundamentos: Carlos Montenegro, Sergio Almaraz y René Zavaleta, por citar célebres ejemplos, abordaron el tema de la necesaria construcción interna del país para que este pudiera sostenerse siempre de pie. Es decir: con autoestima, con orgullo legítimo y con su cara india, chola, birlocha y blanca en alto y mirando, altiva, al mundo en derredor.
A priori se debe acompañar de buena gana la construcción de aquella infraestructura imprescindible para generar riqueza y alcanzar bienestar. A veces pienso que todos los bolivianos contemporáneos estamos de acuerdo en vertebrar el territorio con carreteras, aproximarlo con aeropuertos, en lo posible navegar los ríos con nuestros productos y estudiar y sincerarnos de una buena vez sobre trenes y vías férreas. El tema es que no siempre se ha pensado así: ser pobres y decidir vivir pobremente fue la máxima de viejos oligarcas que, en consecuencia, no abrieron caminos y nada hicieron para la construcción de los mercados que articularan la economía campesina y de la clase media en formación. Todo lo contrario: construyeron estructura de carreteras y vías férreas sólo con el afán de exportar minerales e importar productos industrializados. La vasta población diseminada debía sobrevivir de la inventiva local o del milagro. Porque sólo muchísimo tiempo después, con nítida visión de estadistas, se construyó la carretera Cochabamba-Santa Cruz, pensando en un hueso, una sólida columna vertebral a la cual asir la carne de la república.
Esta afirmación de los intelectuales pro-gubernamentales encuentra asidero en aquellos antecedentes: apenas se descuida la nación profunda, la política que fundó el país obvia la matriz indígena, las necesidades propias de la economía de los campesinos, de las ciudades de provincia, y asume su rol de businessman con entusiasmo sospechoso. Parecen representantes de otras economías y sus rostros traslucen la alegría de quienes viven en calor y a orillas del mar. Y entonces es por ahí de donde emergen las sospechas y las posiciones mesiánicas o cuasi guerrilleras: Evo hasta la muerte; Evo por delante de la democracia y por delante de la patria misma. Claro, siempre da terror que cualquier elite se haga cargo de algo, mucho más si pensamos en gobiernos. Y las elites de las cuales estamos hablando se caracterizan a primera vista por su amor al inglés, al colegio que sirvió como penetración cultural en nuestra sociedad, por su afán excluyente y su frustración cierta de haber nacido en el país equivocado. ¿Y entre indios…?
Pero los intelectuales que menciono no visualizan toda la realidad. Si bien es cierto que necesitamos esa infraestructura para que el tejido social colorinche interactúe y progrese, también es cierto que, a estas alturas, más parece una labor de gerenciamiento que de políticos. Esas obras ya están construidas, o siendo construidas o sobre el tapete para su discusión abierta. Es imposible que se desande al respecto sin provocar fatal confrontación. En cambio, lo que ahora sí necesitamos es buena política, que se reconozca, a viva voz, que la soberanía reside en el pueblo, que su poderosa opinión se manifiesta en el voto y que las democracias se caracterizan por el respeto a la ley. ¿Se nos acusaría de ingenuos si también pedimos que se respete la palabra dada?
Estos mismos intelectuales a quienes acompañamos en buena parte de sus preocupaciones, tienen otra valoración acerca del Estado de Derecho y la formalidad. Se puede afirmar que nada les importa. Pelean por aprobar la nueva Constitución que nos reconozca e integre y luego máximo se alzan de hombros ante la contravención. Antes derramaron muertos peleando por la democracia y ahora se alzan de hombros ante los resultados del 21F y ni se sonrojan cuando el gobierno los desconoce en los hechos y atropella por quedarse. No parecen lo que son: intelectuales. Parecen soldados propios del dogma. Con esa conducta nos quieren decir que algo no entendemos de la sabiduría de la revolución. ¿Tendrán ejemplos en el mundo donde quizás funcionó? Algo que ellos esconden debajo de sus sombreros. ¿Qué será?
El autor es escritor
Columnas de GONZALO LEMA