Quillacollo: Jugando a la ruleta rusa municipal
Desde el punto de vista político, una crisis puede ser el germen de un cambio para que emerja una nueva vitalidad. El caso del municipio de Quillacollo es atípico en esa lógica, pues, existe un empecinamiento irracional de sus actores políticos en demoler los pilares institucionales que la sustentan.
Normalmente estos actores deberían buscar la forma de evitar “morir” políticamente por las implicaciones legales y sociales de sus decisiones, resulta impensable que alguien, en su sano juicio, quiera terminar su ciclo de vida política de manera precoz y sometida al escarnio y repulsión de sus electores.
En contrasentido a esta lógica de crisis, estas semanas la población de Quillacollo ha sido testigo inmutable de los grandes esfuerzos que hacen los concejales para acelerar su destino fatal, llegando al hecho surrealista de tener un cuarto alcalde en un año, aflorando así la peor versión de la decadencia institucional: la utilización espuria de la representación ciudadana en perjuicio del interés general.
Cuando el Alcalde, concejal o el funcionario experimentan un total desprecio por ese interés general y se concentran en la lucha ciega por la obtención de beneficios particulares o de grupo se corrompe el sistema y se pervierten los fundamentos institucionales. Se elimina la división entre el bien público y privado con el consiguiente desprestigio de la función municipal y la merecida desconfianza de la ciudadanía, precipitando, el fin de la existencia política.
En Quillacollo hace tiempo se ha perdido el sentido común, las autoridades municipales, en una extraña pulsión freudiana del Tánatos se aplican una especie de “eutanasia”, eligen la muerte política de manera voluntaria y consciente, quizás, al percibir que el mal que aqueja es terminal, incurable y sin remedio.
La enfermedad política que afecta a este municipio se ha traducido en una verdadera crisis sistémica. El sistema político municipal ha entrado en colapso por haber sobrepasado las capacidades de sus autoridades para plantear salidas y por la carencia de instrumentos para resolver los problemas y conflictos que aquejan casi por una década a esta ciudad, sumida en una crisis permanente, al parecer consolidada como una subcultura política socialmente aceptada.
La deslegitimación de sus autoridades empieza a ser un hecho incuestionable, pues, no solo la proliferación y destape de casos de corrupción, sobornos y otras actuaciones por el estilo han derivado en grotescos espectáculos que dan los miembros del Concejo Municipal, que solo ofrecen periodos recurrentes de conflictos de baja, mediana y alta intensidad, en un juego político autodestructivo que produce a la vez mayor decepción y desencanto entre la población.
Resulta por demás notorio que detrás de esta situación se escondan luchas de grupos articulados con intereses particulares que solo buscan controlar los recursos del municipio, borrándose hace tiempo la existencia de oficialismo y oposición. La crisis se combina con cambios súbitos de bandos generando un cáncer de ingobernabilidad que debilita a todos los actores y arrastra con ellos a los ciudadanos.
Se produce una involución del cuerpo institucional, se convierte en un organismo ajeno a la realidad social, ya no le importa interpretar las necesidades de su comunidad: una ruptura con la sociedad que los eligió.
La involución también afecta a la función pública, pues el constante cambio de funcionarios crea otra crisis en la esfera operativa del municipio. Los funcionarios son designados ya no por la militancia, sino por la afinidad con el sujeto de turno o peor aún por haber accedido a la función pública a cambio de un pago o “contribución”, como se denuncia a diario, por lo tanto, el funcionario ya no trabaja para la ciudad, sino para intereses corporativos de grupos y mandones de turno, en base a una espiral de lealtades y traiciones.
Este hecho induce a los demás organismos sociales de esta ciudad a desertar de la articulación con esta institución por la desconfianza generalizada, ninguna persona “normal” quisiera entrar a esta vorágine de apetitos y odios que consumen el tiempo y las energías de los concejales y los funcionarios, quienes obviamente se tienen que dedicar a hacer seguimiento diario a los entramados políticos para poder presagiar en qué momento se producirán los cambios súbitos de bando, hecho que anula toda opción de hacer gestión y cumplir los objetivos institucionales.
El extravió político es general. Sus autoridades no tienen proyectos para la ciudad, el concejo ya no debate normas que regulen la vida urbana, sus sesiones son concursos de insultos y amenazas de juicios. No existen ideas ni proyectos para mejorar la calidad de vida urbana. El desarrollo sustentable ya no es parte del léxico municipal, el POA es una caja de pandora, un listado de procesos de contratación sin sentido, no enfocado a la gestión sino al mero gasto de presupuesto sin planificación y todo proceso de contratación genera una andanada de denuncias de sobreprecio, de corrupción y desata una escalada de juicios y acciones penales al ocasional titular del Ejecutivo, un verdadero desperdicio de tiempo y de presupuesto traducido en obras truncas e inconclusas.
Según el informe de ejecución, este municipio que tiene 10 distritos, hasta junio solo invirtió un 12 % de su presupuesto de 319 millones, es decir, que cada distrito recibió un 1,2 %, aspecto que hace el trabajo de la alcaldía prácticamente imperceptible para la población.
En el sistema de convocatorias de procesos de contratación Sicoes se reporta una curiosa y llamativa cantidad de procesos de contratación declarados desiertos de manera recurrente que derivan en contrataciones directas. En los procesos en curso se generan nuevas paralizaciones para la suscripción de contratos por el repentino cambio de alcaldes y de firma que provocan problemas legales y financieros. La crisis es evidentemente terminal.
Solo queda pensar en una reestructuración general, una re-ingeniería global, que debe partir de la determinación de los pobladores para encarar la crisis de su municipio en el marco de la autonomía y el control social. Además, para rescatar la institucionalidad que ha sido arrebatada y sometida a los caprichos ya no de un partido político en específico - por cuanto queda claro que en esta ciudad son simples cascarones vacíos con sigla- sino por un nuevo tipo de corrupción emergente, de una simbiosis de clanes de eternos dirigentes y grupos económicos con conflictos de intereses, que están socavando los cimientos de esta alcaldía.
El autor es abogado
Columnas de JORGE ERNESTO IBÁÑEZ