Retrato de Nicolás Maduro
Empecemos por la ropa. La revolución–para usar esa palabra/talismán que algunos no se quitan de la boca y es una de sus supersticiones más enraizadas– por supuesto que también es, quizá sobre todo (o más que nada, o incluso únicamente) una verdadera revolución vestimentaria. Cada caudillo hace lo posible, ni bien entronizado, por dotarse de algún atuendo o signo vestimentario que lo singularice. Una revista de moda, en el fondo, puede ser mucho más eficiente que una proclamación política.
Ahí estaba la espantosa y chillona boina colorada del “comandante” Chávez, ya como anunciando la cuantiosa sangre que el chavismo haría correr, y ahí están la barba y los trajes de campaña del “comandante” Fidel, ahí están los trajes de bruja de la secuaz del “comandante” Ortega, y ahí también está, ni qué decir, el clásico traje Mao, que hasta Andy Warhol retrató y los intelectuales franceses se complacían en usar. Y claro, no podía faltar aquí, está el exclusivo modelito en alpaca de Evo Morales.
Otra prenda muy socorrida a la hora de ahondar agresivamente en el ridículo, es ahora el sombrero de ala ancha. El actual empleado público que cobra el sueldo de canciller, o una anterior ministra de propaganda cuyo nombre ni recuerdo, son identificados por el sombrero, usándolo como una pequeña declaración política de tintes “revolucionarios” e indigenistas. El sombrero, según viejos tratados de moda, es ideal para disimular la ausencia de toda inteligencia. El uso del poncho, a su vez, podría merecer todo un ensayo aparte sobre moda, política e idiotez. A este tal vez ya estamos en condiciones de acuñar una nueva definición: revolución igual a moda más represión.
El estilo propio de Maduro, volvamos a él, es el del desenfado. Con frecuencia apenas lleva un simple buzo, esa forma de desdeñar el mismo acto de vestirse a favor de una imagen de prontitud, de compadrerío. En una foto lo vemos con algún tipo de camisa o camisón, seguramente hecho expreso y a medida. Eso se nota en los ribetes con colores de la bandera. También la afición a todo lo “patrio” es propia del infantilismo vestimentario que caracteriza a mandamases. Así, nada les gusta más que disfrazarse de soldados en campaña.
Pero la joya del atuendo que lleva Maduro, en una foto, es la espada. Sólo le faltaron unos pantalones cortos.
Lo más chistoso, en este caso, es que Maduro llevó la espada a alguna central eléctrica. Como todos saben, debido a la patólogica estupidez, ineficiencia, incapacidad y generalización del robo chavista, Venezuela prácticamente se quedó, se está quedando, sin luz eléctrica. Y ahí fue entonces Maduro con su espada, decidido a que se haga la luz. No hubo, sin embargo, mandoble que restituya la electricidad y la espada no fue, sino, otra prueba del delirio, del delirio en una severa etapa de regresión infantil. Pero estas regresiones delirantes no son privativas de Maduro. En Bolivia acabamos de ver al Vicepresidente, en otro ataque de delirio, nuevamente acompañado de una preocupante regresión infantil, queriendo jugar al héroe: se lanzó de un puente, sujetado por la cuerda plástica con que se practica este deporte. Ya es hora, digo yo, de que un grupo de psiquiatras serios haga una evaluación del estado de García.
En cuanto a Maduro, él no necesita ningún psiquiatra. Lo que necesita es una guardería. Ahí podría seguir jugando sin causar más horror.
El autor es escritor
Columnas de JUAN CRISTÓBAL MAC LEAN E.