Reinventar el quehacer educativo
Hace unos días, en nuestro país celebramos el Día del Maestro, ocasión en la que se hicieron diversas alusiones tanto desde esferas del Gobierno, como desde la dirigencia sindical, ambas posiciones poniendo énfasis en aquello que evidentemente es de su interés.
En este marco poco objetivo cabe preguntarse ¿Cómo se sienten los profesores con relación a su trabajo? ¿Qué es lo que más valoran para sentirse a gusto en él? ¿Cuáles son los factores que los docentes califican en mayor proporción como satisfactorios? En palabras de Joan Doménech Francés, quien define satisfacción/insatisfacción como “lo que los maestros disfrutan de la escuela y padecen con la administración”.
La importancia de reflexionar sobre estos aspectos en el ámbito educativo es evidente, ya que el grado de satisfacción laboral de los maestros repercute directamente sobre los estudiantes y sobre la calidad de la educación. Dicha calidad, asimismo, depende bastante del reconocimiento social; pero, ¿cómo será posible conocer el nivel de la calidad de nuestra educación si no se aplican evaluaciones objetivas de lo que estamos viviendo cotidianamente?; contrariamente, la insatisfacción laboral de los maestros se puede percibir en la falta de reconocimiento a su trabajo diario; en la aplicación de un modelo educativo que no se termina de entender, en las recargadas tareas en el proceso de enseñanza, en la escasa o ninguna autonomía para la toma de decisiones en su nivel y con una relación con la administración educativa incoherente. En este sentido, sería interesante escuchar la voz de los maestros de aula que día a día se enfrentan con éste complejo escenario con el propósito de mejorar sus condiciones y su realidad. Ello da cuenta de que la práctica docente no está desvinculada ni con la sociedad ni con la institución, de tal modo que lo que el docente haga a favor de la mejora de su desempeño o cómo se sienta respecto a su trabajo cotidiano, incidirá también positiva o negativamente en su institución y por supuesto en la sociedad.
Ante este panorama, adquiere importancia preguntarse por los nuevos desafíos que deberá enfrentar la educación en los próximos años y, pese a lo complejo e incierto de dicho ejercicio, resulta indispensable que los maestros asumamos la tarea de repensar el sentido y la función de la escuela y de la educación en la época actual. Reconocer este hecho es un primer paso para entender que el proceso educativo es dinámico, inconstante y que requiere de educadores abiertos al cambio, dispuestos a hacer del aprendizaje un estado de vida, comprender que cada situación en el aula o fuera de ella es una oportunidad para seguirse formando, para interpretar cada evento de la naturaleza desde una perspectiva amplia que requiere la comprensión de que educar es humanizar, es decir hacer mejores personas a los otros y siendo la educación eminentemente humana, ello la hace una tarea inacabada.
Es necesario y pertinente que los maestros abordemos el tema educativo, ya no solamente como ascenso social por un nuevo título que optamos o en defensa de un mejor salario; sino, también desde el punto de vista técnico pedagógico, de mejora de la calidad de la enseñanza de mostrar lo que en la práctica pedagógica los maestros somos capaces de ofrecer para transformar las realidades. Sólo así se podrá reinventar el quehacer educativo en función de las actuales y futuras demandas de la sociedad.
La autora es docente e investigadora
Columnas de MARÍA LUZ MARDESICH PÉREZ