La corrupción es la peor forma de privatización
Según diferentes encuestas, la corrupción es una de las principales preocupaciones de los bolivianos. En los últimos años, este fenómeno se ha incrementado en el país y en América Latina gracias al caso de Odebrecht.
La corrupción, en todas sus formas, perjudica el desarrollo económico y, paradójicamente, cuando se produce un mayor crecimiento del producto, el robo al Estado puede aumentar. Crecer a base de obras e infraestructura públicas sin licitaciones propicia grandes oportunidades para la apropiación de rentas económicas indebidas.
La ciencia política habla de los buscadores de rentas, que son grupos o personas, dentro o fuera del Estado que, valiéndose de su posición de micro o macropoder, se apropian de manera legal o ilegal de recursos públicos.
En un lenguaje más coloquial diríamos que la búsqueda de rentas se presenta cuando un grupo o persona busca cortar siempre una rebanada más grande de la torta económica, sin nunca preocuparse porque ésta crezca. Ahora bien, si encima se aprovecha del poder político para beneficiarse con un pastel más grande, estamos frente a un acto de corrupción.
La corrupción, en una definición bastante general, es el uso del sector público para obtener beneficios privados y/o capturar rentas. En buen español, eso significa convertir al Estado en la cueva de Alí y Babá y sus ciertamente más de 40 amigos, que a través de diferentes prácticas debilitan las posibilidades de crecimiento y desarrollo de un país.
Las oportunidades de corrupción están en función del tamaño de la renta que administra el funcionario público que, a su vez, depende de su poder, de los grados de discrecionalidad que éste tenga en el manejo de los recursos públicos, de los mecanismos de control exante y expost sobre éstos y del desarrollo institucional. Un camino para reducir la corrupción es tener: Reglas de juego claras, aparatos públicos eficientes e independientes del poder político y capital humano preparado, comprometido y bien remunerado. El voluntarismo del puñito en alto no es suficiente ni creíble.
Meter la cuchara al dulce, como se dice popularmente a la corrupción, reduce los niveles de inversión doméstica y extranjera. La corrupción es la peor forma de la privatización, porque es la apropiación de lo público sin tapujos, es la captura de bienes o servicios públicos por parte de mafias privadas. También, desde una perspectiva política, el secuestro y desconocimiento del voto popular, de la soberanía del pueblo es una forma de corrupción.
Obviamente que esto significa que los empresarios honestos prefieren no abrir empresas para no verse sometidos a extorsiones o coimas. Sin embargo, cabe recordar que algunos países con elevados niveles de corrupción tienden a atraer a inversionistas de dudosa reputación. Así es que las economías en vías de desarrollo se convierten en tierra de piratas.
La corrupción también distorsiona y muchas veces fomenta el desarrollo de la economía informal, restándole recursos al Estado y provocando la muerte lenta de centenas de pequeños empresarios que actúan en un mundo de negocios sin reglas de juego claras y a merced del peculado y la extorsión.
Por otra parte, la corrupción sobredimensiona los gastos y las inversiones públicas. La triste historia de la “comisión” del 10 o 20% infla el costo de las carreteras y otras obras públicas, provocando ineficiencias en los sistemas económicos.
Además, el soborno o la mordida reduce los ingresos del Gobierno y, por la tanto, limita y empobrece la provisión de bienes y servicios públicos. Empresas con cajas dobles para evadir impuestos, elevados niveles de evasión fiscal, poca conciencia tributaria son apenas algunos ejemplos que muestran la debilidad de las finanzas públicas y que, por lo tanto, se traducen en una oferta muy pobre de carreteras, escuelas u hospitales.
En pocas palabras y muchas pulgas: por diversos caminos, la corrupción de hoy y de siempre le roba el futuro a nuestras hijas e hijos, cierra las posibilidades de superar la pobreza de manera sostenible.
Reducir el problema de la corrupción a la dicotomía entre los buenos y los malos de la película, al enfrentamiento el hombre nuevo revolucionario versus homo neoliberalis cleptómano o del conocimiento o desconocimiento de la acción de los subalternos en la pirámide del poder, refleja una visión ingenua y a veces cómplice.
La corrupción no se la controla solamente promocionando principios éticos o haciendo discursos contra ella, sino construyendo institucionalidad y sistemas eficientes que reduzcan los espacios para buscadores de rentas.
Se inicia la campaña electoral y se espera que los diferentes candidatos ofrezcan no sólo discursos contra la corrupción, sino propuestas concretas y sistémicas para combatir este mal que está matando a nuestra sociedad. Y, obviamente, la propuesta debe ser multidimensional; es decir, debe abarcar el tema de la justicia, la Policía, la institucionalidad, los procesos y reglas de juego, la economía y la gestión. Pero, sobre todo, debe ser un desafío colectivo de reconstruir el pacto ético de la sociedad.
El autor es economista
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.