La guerra por la coca entre cocaleros
No estaba en sus planes el ocupar por más de un decenio el Palacio Quemado; parece que les cayó el gobierno por carambola. Los partidos neoliberales fueron arrinconados como trastos viejos, y los sindicatos se encaramaron en el poder. Al observar la potencialidad, el Vice dijo: “tenemos el gobierno, pero todavía no el Poder”. El término plurinacional fue sólo una postura retórica; lo efectivo era el pluripoder con los otros tres en la bolsa azul: el Legislativo, el Judicial y el Electoral, bajo el mando único del Ejecutivo, obviamente. A eso apuntaban; ese era el Poder.
El totalitarismo fue un capítulo importante. Sin la ayuda eficaz de la oposición parlamentaria no se hubiera logrado nunca. Con el cetro en la mano, se creían dueños de todo. “Después de 500 años, ahora nos toca”, dijeron. Quisieron cambiar hasta los nombres históricos. Pero se conservó La Paz como capital política del país y como sede de gobierno. En cambio, el Chapare se convirtió en la sede del poder real; se fundó allí la republiqueta cocalera, con su territorio libre y soberano. Un sólo caudillo fue ungido como presidente vitalicio de las seis federaciones; en paralelo, igual permanencia en busca de lo mismo con el otro Estado.
Así arrancó el imperio de la oligarquía verde, basada en la producción y comercialización de la coca. Esa pasión por enriquecerse rápido es tenebrosa, excluyente y obsesiva. Yungas era antes la región tradicional que proveía la “sagrada hojita” para el acullico. La gente prefiere siempre la coca paceña; nadie compra la del Chapare, por lo menos para ese tipo de consumo. Pero los dueños del feudo no admiten competencia. El proceso de aniquilamiento del rival está en marcha. La coca de los Yungas es la excedentaria. Chapare cultiva ahora las hectáreas permitidas. Son los resultados del proceso de cambio.
Entre los años 1997 y 2001, cuando Bánzer, se perseguía como meta la “coca cero”; “por dignidad vamos a erradicar la materia prima del narcotráfico”, decían. Esa zona era un campo de batalla diaria; bloqueos y emboscadas incesantes hacían incierto cualquier viaje por carretera hacia la capital oriental. Pero todo ha cambiado. La represión se ha trasladado a los Yungas; los verde-olivos arremeten ahora con saña contra los otros. Prohibido ser dirigente, so pena de ir a la cárcel. Se cambió la 1008 por otra ley que autoriza una mayor producción y convierte la materia prima del narcotráfico en legal. Los damnificados no saben qué hacer, la dictadura es feroz y aplastante. Mientras esto ocurre en La Asunta y sus alrededores, los narcos transportan droga con absoluta libertad.
Según la información divulgada, 30 avionetas cargadas de cocaína despegan cada día del suelo beniano. Semejante cosa no podría ocurrir, por supuesto, sin la complicidad de los encargados de controlar. Montenegro había sido el capo mayor que costeaba hasta viajes de placer y daba fastuosas fiestas con asistencia de policías. Las fotografías delatoras corren profusamente por las redes. Un ministro, de los más flemáticos con que cuenta el gabinete, y el que tiene un arsenal de canicas inteligentes, ha ordenado una investigación prolija y severa. Y lo ha anunciado muy seriamente, como si alguien le creyera.
El autor es ciudadano de la república
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS