Política, politiquería y callosidad
Dio la vuelta al mundo la foto de un “espalda mojada”, como hace años les llamaban, un migrante salvadoreño y su hijita de menos de dos años que abrazaba a su padre, muertos ambos con la cara abajo en la orilla del Río Bravo que divide a Estados Unidos de México. Trataban de cruzar la frontera por métodos alternativos a las detenciones y separación de hijos de sus padres del drama de los migrantes en busca del llamado “sueño americano”.
Más que sueño se ha vuelto pesadilla en los tiempos de la línea dura adoptada por Donald Trump, del muro antimigrantes “latinos” en un EE.UU construido por migrantes ingleses, franceses, rusos, escandinavos, irlandeses, italianos, alemanes, y sabe Dios de qué nacionalidad o religión, pero “blancos” en su mayoría. Hago excepción de los chinos que construyeron sus líneas férreas, los laboriosos nipones encerrados en campos de concentración durante la II Guerra Mundial y de los esclavos africanos que pagaron con sudor, sangre, música y baile su inserción a esa sociedad, que recién se está logrando después de más de siglo y medio de su Guerra Civil.
Hasta que llegó Donald Trump. Sigo sin entender como un gran país como EE.UU llegó a tener un mandatario como él. Racionalizo que los bolivianos también tenemos nuestra cola de paja de malos gobernantes, una de las razones por la cual estamos como estamos, a pesar del color de rosa que pinta el prorroguista candidato a las próximas elecciones. El presidente estadounidense se ha fijado la meta de construir un gran muro para impedir el ingreso de migrantes latinoamericanos, principalmente mexicanos y centroamericanos, tal vez porque somos mestizos en gran parte.
Sostengo que Estados Unidos es prejuicioso, por no decir racista, quizá como la mayoría de los europeos. Recuerdo que en la Universidad de Houston trabajaba perforando tarjetas de ingreso al comedor universitario. Como tal, aprovechaba ventajas en la zafra anual de recién llegadas. Como presidente de la Asociación de Estudiantes Extranjeros, me adulaba la agrupación de madres, ricachonas la mayoría, que durante los veranos viajaban a paraísos turísticos y dejaban sus abonos de temporada. Adivinen quién escogía primero. Inauguraron el lujoso hall de conciertos a la altura de la que hoy es una de las principales urbes estadounidenses; André Previn, famoso entonces quizá por su matrimonio con la actriz Mía Farrow, dirigía la orquesta en la ópera Aida de Verdi. Mi “date” o acompañante fue una bella chica, de las que los brasileños llaman mulata clara; causamos revuelo de cejas levantadas al caminar por todo el pasillo un moreno boliviano y una blancona que no por eso dejaba de ser negra, hasta los privilegiados asientos de primera fila. No me la charlen, que lo de “afroamericano” es tan condescendiente como lo de “originario” es en Bolivia.
Existe una suerte de contemporización en relatores de noticias estadounidenses. Anotaron que la indiferencia del común de las gentes se notaría en tres días, al cabo de los cuales los corazones sangrantes volverían a su rutina de hamburguesas, papas fritas y coca cola al frente de su televisor escapista. Luego vino el común ‘no me importismo’ aferrado tal vez a que es mal de muchos, olvidando que tal es consuelo de tontos. Una de las principales agencias noticiosas, cito, con fotografías y todo, casos similares en otros pueblos: un bebé muerto en la playa turca de su periplo a Grecia, otro niño tiznado por la guerra en Siria. Finalmente, hicieron notar que el mandatario republicano cargaba la culpa a los demócratas por insistir en nexos rusos en las últimas elecciones. Me recordaron a la foto de la niña quemada por el napalm en la Guerra de Vietnam, entre bocados del “lunch” de los televidentes.
Tal vez para los políticos de todo el mundo, todas las noticias se vuelven politiquería en época de elecciones. Trump echa la culpa a los demócratas de tragedias que sufren los migrantes “latinos”. Hasta en la mísera Bolivia, Evo Morales ha llegado al extremo de prometer obras a cambio de votos, pintando de rosa una realidad de falsos logros, nombrando a un par de patea-pelotas a su lista de candidatos al congreso de levantamanos. A su vez, un candidato opositor propone que sus listas de futuros congresales serán mujeres; ojalá que no sea ninguna de las que posan brotando el traste como si fueran a liberar una flatulencia.
Parecen haber olvidado la renuencia del candidato oficialista a cruzar ideas en un debate esclarecedor. ¿Será que Bolivia no tiene derrotero? Ninguno parece sopesar el mérito de los candidatos. ¿Es que el elector prefiere a levantamanos y arribistas para la expresión de la democracia que es el Poder Legislativo? ¿Qué de nuevo hay en las propuestas de los políticos?
¿Será que en las espaldas bolivianas se pueden sembrar nabos?
El autor es antropólogo
win1943@gmail.com
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