El candidato demócrata que necesita Estados Unidos
ALEXANDER FRIEDMAN Y JERRY FRINSTEIN
SEATTLE – Los contendientes a la candidatura presidencial del Partido Demócrata de Estados Unidos han llevado a cabo sus primeros debates, y los principales interrogantes que resuenan en los círculos políticos y periodísticos parecen ser quién será lo suficientemente duro como para enfrentarse al presidente Donald Trump o quién tiene las ideas que atrapan los titulares.
Pero hay una mejor manera de pensar en quién debería ser el candidato demócrata. Si bien los demócratas buscan un salvador liberal, corren el riesgo de cometer un error fundamental. La respuesta a los problemas del partido no reside en su propia versión de un candidato disruptivo extremo, sino más bien en empoderar a líderes locales moderados en todo Estados Unidos, no sólo en los estados costeros.
Los demócratas deben elegir un candidato que no solamente gane la Casa Blanca, sino que, de manera igual de crítica, también les dé a los candidatos a la Cámara y al Senado de los estados pendulares políticas que sean lo suficientemente amplias como para que puedan presentarse y ganar, permitiendo así un cambio en la conducción del Senado. Los demócratas deben nombrar a un candidato que entienda que los votantes en muchos de los estados que en verdad decidirán la elección son esencialmente más conservadores en términos fiscales y están menos interesados en la política de la división.
Olvidémonos de la costa oeste y del noreste: estos estados, en su mayoría, irán detrás de quien sea que nombren los demócratas. Pero existe un temor real entre los líderes locales en estados como Arizona, Florida, Wisconsin, Michigan, Pennsylvania y Ohio –los lugares que determinarán el resultado de la elección– de que el país no pueda afrontar las propuestas políticas para la atención médica, la educación y el medio ambiente que se están tornando pruebas de fuego para muchos candidatos demócratas.
Estos temores fiscales son fundados. Estados Unidos tiene un déficit enorme, exacerbado por el reciente proyecto de ley tributario de la administración Trump. Históricamente, Estados Unidos ha podido estar más endeudado que otros países porque goza del privilegio único de imprimir la moneda de reserva del mundo. Los líderes políticos sensatos a ambos lados del pasillo saben desde hace años que Estados Unidos necesitaba afrontar el déficit para evitar poner en peligro la posición exaltada del dólar en algún momento dentro de algunas décadas. Pero en el gobierno de Trump, con sus guerras comerciales unilaterales y erráticas, los competidores de Estados Unidos y hasta sus aliados hoy están incrementando sus esfuerzos para derribar al dólar de su pedestal y desarrollar una moneda de reserva alternativa.
Los líderes estaduales moderados están sumamente en sintonía con la solidez fiscal, porque, a diferencia del gobierno federal, no pueden imprimir dinero para financiar deudas. A esos líderes les resultará difícil respaldar programas que impliquen un rápido crecimiento del déficit, como el Nuevo Trato Verde o un plan de atención médica de pagador único, o la condonación de toda la deuda estudiantil. En el mejor de los casos, no está claro de qué manera el país haría frente a estos programas, y sus votantes en general los verán, por ende, como una amenaza.
Las ideas audaces que hoy salen a la luz entre algunos candidatos demócratas pueden sonar atractivas, especialmente para un partido que busca maneras de galvanizar a los votantes jóvenes, y sin duda contienen elementos que abordan cuestiones importantes que enfrenta Estados Unidos. Pero las ideas políticas no son proclamas de campaña. Cada una debe sopesarse en términos de cuál sería su costo, qué habría que sacrificar para pagarla, cuál sería el impacto neto en el déficit y, más esencial, si empodera o enajena a los líderes de los estados pendulares.
En las dos últimas generaciones, la presidencia de Estados Unidos se ha vuelto más poderosa que nunca; domina el sistema político de una manera nunca prevista en la Constitución. Históricamente, los presidentes, de todos modos, se han visto restringidos por una combinación de respeto por el régimen de derecho, predeterminación por un comportamiento honrado y ético, voluntad y capacidad para actuar estratégicamente para fortalecer a Estados Unidos en el largo plazo y, esencialmente, la obligación constitucional del Senado para actuar como un limitador independiente del poder de un presidente.
Hoy, estas cuatro restricciones no existen. Trump no tiene ningún interés en la constitución, en la honestidad o en posicionar mejor a Estados Unidos para el largo plazo. Y bajo el liderazgo de Mitch McConnell, el Senado ha abandonado la visión de los fundadores de Estados Unidos de que sea, según las palabras de James Madison, “un cerco necesario” para proteger “al pueblo de sus gobernantes” y de “las impresiones efímeras en las que ellos mismos pueden caer”.
En estas circunstancias, los demócratas deben apelar a los votantes en todo Estados Unidos para encontrar el camino hacia un gobierno funcional que actúe según la Constitución. Esto empieza por reconocer que ganar en 2020 significa volver a llevar a la Casa Blanca a un candidato que ayude al partido a recuperar también el control del Senado. Sólo entonces Estados Unidos podrá empezar a reparar el daño causado por la administración Trump, restablecer los controles de los que depende el gobierno norteamericano y corregir la trayectoria fiscal del país. Lo que está en juego tal vez no sea nada menos que el destino del experimento norteamericano.
Los autores son CFO de la Fundación Bill & Melinda Gates y CEO de Delta Air Lines, respectivamente.
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