Hacia una nueva cultura pedagógica
En anterior columna me referí a una antigua crítica hecha a las escuelas: quitan motivación para el aprendizaje autónomo. Cambiar esa cultura es el punto central del XIV Foro Latinoamericano de Educación “Rediseñar la escuela para y con las habilidades del siglo XXI” (Buenos Aires, julio 2019). El Foro analiza cómo transformar la escuela para hacerla “emocionalmente significativa e intelectualmente desafiante”. Esta columna invita a seguir trabajando para que la escuela sea una institución que convoque el deseo de aprender y de enseñar.
Los cambios en el currículo son importantes, sí; la introducción de innovaciones tecnológicas, los cursos de formación para los docentes... Pero hay un elemento que es definitorio. Se requiere un cambio en la cultura pedagógica de nuestras escuelas, para lo cual es importante cambiar la que prevalece en las instituciones de formación inicial de los docentes.
Esa tarea va más allá de introducir contenidos curriculares para que los futuros docentes sepan cómo tiene que ser una escuela para desarrollar las habilidades del siglo XXI, tales como la comprensión, la comunicación, el aprendizaje colaborativo, la creatividad, y el pensamiento crítico. Implica formarse en una institución organizada con esas habilidades. Es decir que los cursos que se dicten poco van a influir en el cambio de la cultura pedagógica, si las actividades formativas no ponen en juego las mismas habilidades que se supone deben practicar los futuros docentes en el aula, con los estudiantes. Lo cual supone un profundo cambio en la forma como se realiza la formación inicial y continua de maestros y maestras.
Lo ilustremos con un ejemplo: si deseamos que las futuras generaciones de docentes cultiven habilidades para aprender en cursos en línea, no es suficiente explicarles los principios de la pedagogía virtual en las materias de su programa de estudios. Será más valioso incluir en el programa de formación, una materia anual que se ofrezca en línea y que sea común a todas las instituciones formadoras. Una serie de elementos de la cultura virtual y digital se desencadenarían: los docentes de esas asignaturas se convertirían en tutores, sus alumnos experimentarían el aprendizaje ubicuo, desarrollarían, en la práctica, las capacidades para aprender sin necesidad de que otro enseñe (autoaprendizaje), entre otras. A la obtención de su licenciatura, los nuevos docentes habrían incorporado positivamente, por la vivencia que tuvieron de ellos, elementos para producir el cambio cultural en la escuela. Es bastante común reconocer, hoy en día, que las y los docentes solemos reproducir en la práctica, la forma como hemos aprendido. Igual tratamiento deberían tener otras experiencias formativas, por ejemplo, el aprendizaje por proyectos socioproductivos, el aprendizaje basado en problemas o los temas generadores de aprendizaje y enseñanza, requeridos por el diseño curricular base del sistema educativo plurinacional.
Sería bueno conocer hasta qué punto la reestructuración de la malla curricular de las instituciones formadoras de docentes, y en qué medida, han logrado superar la concepción mosaico de las asignaturas y la apropiación de cada una por un profesor.
Todo esto nos invita a mirar crítica y cuestionadoramente las formas de pensar, de saber y de hacer que se manifiestan en las culturas de trabajo pedagógico de nuestras instituciones. Es un desafío provocador e interpelador que tenemos los educadores hoy: rediseñar las experiencias formativas de maestros y alumnos, a partir de la problematización de las viejas culturas escolares todavía arraigadas.
Aún repetitiva e insistentemente, seguiremos promoviendo el esfuerzo para superar la brecha entre lo que se dice en un plano y se hace en el otro.
El autor es doctor en Ciencias de la Educación
jorge.riverap@tigomail.cr
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