¿Bolivia abigarrada: tras su identidad o sus identidades?
Carlos Toranzo Roca, en su columna del pasado 12 de junio publicada en Página Siete, propone un tema que, por su complejidad y características esenciales, obliga a un “debate social y político”.
¿Qué es lo boliviano? Se pregunta. Y las posibles respuestas se orientan a un tema irresuelto, poco profundizado y acaso sin argumentos más o menos unificados. Su análisis plantea una dualidad evidente: definir la identidad de lo boliviano “como algo singular”, o recurrir a lo plural, buscando, mejor, hablar de “las identidadeso las identidades complejas”.
“Qué es lo que define a lo boliviano, qué nos hace comunes a quienes vivimos en este país, en esta nación mezclada, para hacer referencia a los múltiples rasgos que caracterizan a los grupos poblacionales. Más todavía, es difícil hablar en singular de la identidad del boliviano cuando ha sido inconcluso el proceso de creación del Estado nacional y cuando no se ha construido aún un nosotros común, que nos permita perseguir una visión de futuro más o menos compartida entre todos los bolivianos”.
Sobre esta base, nos reconocemos diversos y multiculturales. Coincido con Carlos Toranzo, en el hecho de que no hemos conseguido siquiera acercarnos a un “nosotros común”. Balbuceamos nuestras igualdades y nos separamos cada vez más de un colectivo, una comunidad que sea capaz, no de vernos completamente homogéneos socialmente, sino iguales en nuestros conceptos interpretativos para definirnos, en plural, como identidades bolivianas.
Acaso, lo más honesto sería decir que Bolivia tiene múltiples identidades. Desde esa premisa, podríamos conducirnos hacia conceptos más coherentes y transparentes. Es decir: se me hace menos demagógico reconocernos diferentes en nuestra diversidad, que únicos, pluriculturales y plurilingües en una sola ‘unidad inquebrantable’ que, además, tiene una cola inmensa de politización y oportunismo coyuntural.
Ese es el debate. Toranzo anota una advertencia inquietante: (…) “Debemos tener el cuidado de creer que Bolivia es el único país que tiene esas características. Casi todas las repúblicas son diversas y seguramente mucho más que la nuestra. China lo es, la India también o, para decirlo de manera simple, Bolivia es nada en términos de diversidad social comparada con Nueva York o Londres; esto implica que no somos el ombligo de la diversidad ni su ejemplo más emblemático. Sólo una mirada provinciana de nosotros mismos nos puede conducir a entendernos como el gran ejemplo de la diversidad social, política, cultural, etcétera. Somos diversos, pero no el caso emblemático de la diversidad, ni el más complejo, ni el más difícil de las mezclas culturales y de todo tipo” (…).
Esa diversidad social nos debe empujar, con absoluta transparencia, a ver nuestros rostros como una realidad histórica. No como una coyuntura que data de hace 13 años. Capitalizada, e instrumentalizada por esta coyuntura que firmó su autoría, como si fuera el descubridor de la nación clandestina: diversa, colorida, plurilingüe.
Esas identidades existieron desde siempre. Se mostraron a la luz de un universo complejo, con sus características,sus diferencias, su lenguaje y su diversidad. Su naturalidad, su naturaleza las hizo vigorosas y esencialmente yuxtapuestas, abigarradas, desordenadas. El concepto de abigarrado en Zavaleta se traduce en esa sociedad en donde las diferentes culturas dentro de un universo se encuentran sobrepuestas de una manera desordenada, caótica en distintos niveles de poder.
Zavaleta Mercado, en su libro, “Bolivia: El desarrollo de la conciencia nacional”, no solo nos aproxima a esa interpretación compleja de las identidades, también nos hace caer en la cuenta de su búsqueda clara hacia una identidad colectiva. Una preocupación fidedigna por la unidad en la diversidad.
Convengamos en que carecemos de un “nosotros común”. Una ausencia de homogeneidad que nos hace disímiles. Esto, obviamente, complica mucho más la tarea de identificar identidades bolivianas claras que nos definan, y está bien que sea así. Pretender homogeneizar y definirnos en una identidad boliviana, nos reduce y nos hace menos libres.
Hace unos días, conversando con el antropólogo y filósofo José Antonio Rocha, unificamos la idea de que en esta coyuntura, que se pavonea de haber catapultado la identidad cultural, no se hayan ocupado seriamente de analizar y estudiar a profundidad el tema: “Hay un trato superficial del tópico. Decir por ejemplo que este Gobierno es indígena, que quiere recuperar a los indios, pero por otro lado se plantea la carencia de identidad cultural del Presidente, que ni sabe hablar un idioma originario”. Rocha, enfatiza en el hecho de que no nos podemos quedar solamente con la reivindicación y el fortalecimiento de la identidad o las identidades en un afán de ganar adeptos. Es necesario potenciarlo y abrir más espacios. “Como ese guaraní que me sorprendió cuando decía: Yo soy guaraní, tengo derecho a ser guaraní, pero también soy cruceño y tengo derecho a ser cruceño, pero también soy boliviano”. Esto, indiscutiblemente, habla de una consecuencia ineludible que una vez más nos hace caer en la cuenta de nuestras distintas identidades.
Para el doctor Rocha, la identidad o las identidades no son excluyentes: “Existe una identidad boliviana y existen identidades regionales. Aunque al nivel de la investigación y constatación de lo boliviano no hayamos hecho grandes esfuerzos. Los bolivianos nos damos cuenta de esa diversidad, de que nosotros somos tales en la medida en que existan otros diversos que nos pueden complementar”, concluye Rocha.
Las identidades culturales están ligadas estrechamente a los valores sociales. En ese sentido, la realidad, en esta coyuntura, que nos demuestra una desorbitación clara de esos valores, plantea un debate urgente. ¿Se ha avanzado sustancialmente en la identificación de identidades bolivianas? ¿Qué nos hace bolivianos? ¿Qué nos diferencia? ¿Qué se ha perdido y qué se ha logrado? ¿La ‘pluralidad’ en esta coyuntura, es realmente plural, colectiva, equitativa, justa?
A esta Bolivia con piel de aguayo, todavía la atraviesa una línea divisoria que la fragmenta y la hiere. Un poder dual la gobierna, asumida por elites sociales oportunistas que hacen y deshacen el tejido social originario y, la otra, esa poderosa maquinaria política que impone y somete. Un puñado de individuos aburguesados kitsch que mira desde arriba su neocolonialismo. Su capitalismo que se filtra en su estado plurinacional como un torrente que lo arrastra hacia una descontextualización social y cultural y la convierte en ambicioso, corrupto, pedigüeño.
En“Lo nacional popular en Bolivia”, Zavaleta menciona: “Se puede sin duda considerar como algo inmediatamente falso el que se piense en una sociedad capitalista como algo más complejo, de hecho, que una sociedad precapitalista. Es cierto que el capitalismo multiplica el tiempo social, pero no lo es menos que torna homogénea (estandarizada) a la sociedad. Al fin y al cabo, las clases nacionales, la propia nación, las grandes unidades sociales relativamente uniformes son propias del capitalismo y, en este sentido, cualquier sociedad atrasada es más abigarrada y compleja que una sociedad capitalista”.
Mucho me temo que, pese a lo que se ha logrado para poner sobre la mesa, efectivamente, el tema de la diversidad e identidades aún persiste un disimulo solapado en esta coyuntura pachamamista que practica un doble discurso.
Rescato, para entender el doblez de la simulación, un fragmento de “El laberinto de la soledad”, de Octavio Paz.
(…) “Simular es inventar o, mejor, aparentar y así eludir nuestra condición. La disimulación exige mayor sutileza: el que disimula no representa, sino que quiere hacer invisible, pasar desapercibido, sin renunciar a su ser. Quizá el disimulo nació durante la Colonia. Indios y mestizos tenían, como en el poema de Reyes, que cantar quedo, pues ‘entre dientes mal se oyen palabras de rebelión’. El mundo colonial ha desaparecido, pero no el temor, la desconfianza y el recelo. Y ahora no solamente disimulamos nuestra cólera sino nuestra ternura. Cuando pide disculpas, la gente del campo suele decir ‘Disimule usted, señor’. Y disimulamos. Nos disimulamos con tal ahínco que casi no existimos.
En sus formas radicales el disimulo llega al mimetismo. El indio se funde con el paisaje, se confunde con la barda blanca en que se apoya por la tarde, con la tierra oscura en que se tiende a mediodía, con el silencio que lo rodea. Se disimula tanto su humana singularidad que acaba por abolirla; y se vuelve piedra, pirú, muro, silencio, espacio” (…).
En nuestra realidad, ese disimulo tiene que ver con haber cambiado mucho para que no cambie casi nada. Es oportunista y abre su cofre para aparentar y dominar. Reivindica lo que le sirve. Se toma fotos, zapatea, se tiñe con sus añiles multiculturales y lo presenta como una identidad universal, total. ¡Nada más alejado de la verdad y de una identidad o identidades que nos defina como bolivianos o, cuando menos, nos aproxime a ‘un nosotros común’!
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.