Hombres que pegan a hombres y...
En días pasados hemos tenido una noticia según la que un joven habría sido golpeado brutalmente por tres de sus compañeros de estudios. El motivo, no haber saludado a uno de ellos de acuerdo a su rango. El lugar, la Academia Nacional de Policías.
En esta semana de renuncias que provocan tsunamis, y de noticias que refieren más de 70 asesinatos a mujeres en lo que va del año, uno podría pensar que esta es una noticia menor. Y lo es, pero no por eso debe quedar inadvertida, porque encierra en sí misma, el germen de uno de los problemas más grandes de nuestra sociedad.
Y es que engloba tres aspectos que hacen a nuestra realidad. Por un lado, una educación violenta, casi una vocación violenta. Esos jóvenes no se ensañaron con su camarada en medio de una reyerta, que aunque tampoco justificaría la violencia a la que fue sometido, podría tener un mínimo atenuante. No, este fue un caso de abuso de poder, puro y duro, de un poder minúsculo, producto de una tradición, de unos “usos y costumbres “de una institución, que aparte de estúpidos, ponen en evidencia sus taras arcaicas.
Lo peor de todo es que esto suceda en el lugar donde se va a formar a nuestros policías, quienes deben cuidar del ciudadano, quienes deben hacer respetar la ley, a quienes se debe recurrir cuando se es víctima de otro ciudadano que no está cumpliendo con esta y nos está afectando, o está afectando a alguien en nuestra presencia.
La noticia sobre este hecho refiere que las autoridades de la Policía no hubieran estado dispuestas a dar información sobre este suceso a la prensa. Algo que es inaceptable porque, en realidad, deberían ser las más interesadas en esclarecerlo, precisamente para preservar el buen nombre de la institución.
Hay un dato aún más preocupante, y es que el silencio se debería a una negociación que estuviera en curso para que la víctima levantara las acusaciones, imagino, para no “perjudicar” a sus camaradas.
Esta historia tiene connotaciones enormes porque implica no solo el abuso del poder inicial de esos jóvenes, sino el manejo deshonesto de la disciplina en la Academia de Policías, y puede llegar mucho más lejos y mucho más arriba.
El problema es aún más grave porque tenemos historias de horror, registradas en la prensa, en las que participan miembros de la Policía. Basta mencionar las violaciones a la ciudadana brasileña en una cárcel beniana y la violación por turnos de una joven mujer hecha por un grupo de policías. Tampoco debemos olvidar el brutal asesinato de Analí Huaycho, a manos de su desaparecido esposo.
No es una novedad que la Policía tiene enormes problemas de toda índole. Abundan las conexiones de algunos de sus miembros con el narcotráfico y con criminales de gran monta y también de la canalla que sobrevive robando. La reestructuración de esta parece una labor muy difícil, hay ministros de Gobierno que han perdido su cartera al intentar hacerlo.
Y es sin lugar a dudas la Academia de Policías, el lugar donde estos se forman, el espacio donde se tiene que actuar para mirar hacia el futuro. Los golpeadores del joven cadete no deberían tener espacio ni en la Academia, ni en la institución posteriormente, aunque su caso sea solo la punta del ovillo.
Y por si acaso, la violencia contra las mujeres será erradicada o disminuida cuando la violencia en sí sea condenada y eventualmente disminuida a su más baja expresión, más allá del género. Precisamente porque no es un problema de género, sino que engloba a toda la sociedad.
El autor es operador de turismo
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ