La tendencia plebiscitaria del 20-10
La dinámica electoral, más allá de los enormes esfuerzos del oficialismo por mostrar competencia –característica esencial en la elección de los gobernantes en democracia– entre su partido y las otras ocho fuerzas políticas, nos estaría conduciendo, más bien, por contradictorio que parezca, a un proceso electoral con características de plebiscito.
La tendencia que se vislumbra, salvando las distancias, se asemeja a los referendos aprobatorios de los estatutos autonómicos de los departamentos de La Paz, Chuquisaca, Potosí, Oruro y Cochabamba, de septiembre de 2015. En el fondo, esa crucial consulta había perdido su característica esencial, relacionada con las autonomías propiamente dichas, pues se matizó con las características de una consulta sobre el nivel de legitimidad y aceptación del régimen. La derrota fue abrumadora. Los cinco departamentos respondieron con un rotundo No. Empero, no a las autonomías, sino al régimen, pues la consulta autonómica había pasado a segundo plano.
Este proceso tuvo estrecha similitud con las elecciones de magistrados, desarrolladas en diciembre de 2017. Esas elecciones también carecieron de aquella característica esencial de elegir a los magistrados que se encargarían de la administración de la justicia. Dadas las circunstancias, la forma en que fueron preseleccionados y el notable desgaste del régimen, que se acentuó después del 21F.
Esa elección, totalmente desvirtuada, se convirtió, en otra consulta sobre el nivel de legitimidad del régimen y el presidente Morales. Con el voto nulo y el voto en blanco, la derrota fue también abrumadora.
Ahora bien, extrapolar esa tendencia para las próximas elecciones presidenciales de octubre, a priori, podría ser interpretada como una verdadera aberración, pues se trataría, de un “ejercicio no válido”, por las sustanciales diferencias. Sin embargo, relativizando aquel cuestionamiento, es posible, por algunas características, cavilar esta tendencia.
En las próximas elecciones de octubre, básicamente, se juega la continuidad del MAS y de Evo Morales en el poder. En sus planes –en ningún caso, ni siquiera por asomo– está presente la idea de ceder y abandonar el poder. Para ellos, estas elecciones han sido concebidas como una pantomima; algo que formal y obligatoriamente deben cumplir.
Con las facultades que el “poder estructural” les confiere, han impuesto sus propias reglas de juego, estableciendo, arbitrariamente, un conjunto de mecanismos y dispositivos. Veamos:
No obstante los resultados del 21F, en los hechos, han modificado la Constitución. Han colocado, a su antojo, en el Tribunal Supremo Electoral a vocales obsecuentes y funcionales. Se han inventado las insólitas elecciones primarias para “habilitar” la ilegal e inconstitucional postulación del binomio. Han manejado, también a su libre albedrío, la habilitación masiva de nuevos electores en el padrón electoral.
Prácticamente tienen todo controlado. En esas condiciones, es imposible desarrollar esa característica esencial de cualquier elección: la competencia equitativa entre candidatos y fuerzas políticas.
Además, para no correr ningún riesgo, han propiciado –y continúan en esa tarea– la fragmentación de las fuerzas de oposición. Precisamente la tercera en la preferencia electoral tendría el propósito de dispersar el voto opositor para consolidar un triunfo, sin sobresaltos, en la primera vuelta.
Ahora bien, supuestamente, competirían con ocho fuerzas políticas. Sin embargo, siete de ellas son marginales: sin ningún atributo competitivo. Miserablemente, sus posibilidades no van más allá de fragmentar el voto, pues en ningún caso podrían competir con el binomio oficialista. La fuerza política que eventualmente puede rivalizar, más por circunstancias fortuitas que por la capacidad de su líder –pues, tiene más bien un perfil pusilánime–, su discurso y programa es Comunidad Ciudadana.
Entonces, en esa tendencia plebiscitaria, el electorado masivo, sobre todo el citadino, volcaría su bronca y rechazo a la continuidad del régimen masista y su voraz élite cleptocrática votando por Carlos Mesa. Él, aglutinaría el voto rechazo, tal como Evo Morales captó la bronca y el descontento social, en las elecciones de 2005.
El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la UMSS
Columnas de ROLANDO TELLERÍA A.