“Resultadismo” criminal
Empiezo parafraseando a Eduardo Galeano: "El juego se ha convertido en espectáculo con pocos protagonistas y muchos espectadores. Y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar, sino para impedir que se juegue".
Ese intelectual uruguayo, futbolero por excelencia, leyó y describió con claridad meridiana la obsesión de lucro incrustada en las altas estructuras institucionales del fútbol. Aludió a esa corriente que mercantiliza el espectáculo, arrasa con todo, contamina el juego y lo desvirtúa con cada acto que induce a la trampa, naturaliza los recursos antideportivos y prostituye las decisiones arbitrales. Todo vale para ganar, pero... ¿por qué se sobrevalora el resultado en detrimento del juego?
Simple, porque hoy en día cada copa conlleva millones de euros a los que se suman los fuertes ingresos por derechos de televisación y por patrocinio de las marcas internacionales (sponsors). Es un hecho, el fútbol se ha mercantilizado tanto en el sistema de clubes como en el de selecciones.
En lo individual no es distinto, porque la nominación de “Mejor jugador del partido” atribuida al futbolista ovacionado que, en léxico de tribuna “se mandó un partidazo”, cambia abruptamente de destinatario por el nombre del autor del gol que le da el triunfo al equipo. Así, se olvida el buen juego y se exalta el gol por fortuito que sea, repitiendo mecánicamente el dicho “goles son amores y no buenas razones”. Entonces ¿qué se entiende hoy por “mejor jugador del partido”?
Y es que quienes vemos más allá de los números, no entendemos esa lógica. Por supuesto que ansiamos ganar partidos, copas y premios monetarios para nuestro equipo. Soñamos con dar la vuelta olímpica e inscribir otra estrella en nuestro escudo pero sin contaminarnos de ese virus: el “resultadismo”.
Somos unos cuantos locos que reivindicamos el juego, esencia del fútbol que nos hace vibrar de emoción cuando nos maravilla la jerarquía individual del jugador, la perfección de un gesto técnico, un taquito, una chilena, un servicio de gol ejecutado con el cerebro antes que con el pie, la habilidad, destreza, creatividad y la perfección del dominio del balón. Nos conmueve el pundonor deportivo del labrador del juego que moja la camiseta, que se lanza solo contra el mundo, que deja todo en el gramado verde. Amamos su actitud. No menos deleite nos causa la precisión de un pase filtrado y la capacidad de hilvanar un juego colectivo, con jugadas, paredes y triangulaciones. ¡Cómo festejamos la conexión telepática que establece un jugador con sus compañeros a través de la genialidad de un pase al vacío!
Y admiramos la capacidad estratégica del DT, autor de esa disposición táctica que nos encanta descifrar para anticiparnos mentalmente a las jugadas sintiéndonos un poco “técnicos de tribuna”. Para completar el cuadro, los hinchas esperamos, siempre, una terna arbitral que salvando los errores involuntarios inherentes a su condición humana, imparta justicia con probidad, imparcialidad y transparencia.
Es un todo que hace del fútbol el deporte rey, la pasión de multitudes. Y esos locos futboleros que nos sentimos protagonistas y no espectadores somos los amantes del juego bonito, del juego limpio, del fútbol con alma, que creemos con convicción que reducirlo a un resultado es faltarle al respeto definitivamente.
La autora es politóloga
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