Sobre el “vivir” autoengañados
Usualmente, o al menos mucho más de lo que creemos, recurrimos al autoengaño para sortear episodios agrestes de la vida. Por ejemplo, nutriendo nuestra autoestima con empachos literarios, ya sean existenciales y profundos como la lectura del Quijote de Cervantes, o vulgares y triviales, como los libros de Paulo Coelho (o la denominada “basura” de autoayuda).
Nadie es inmune al autoengaño. Y hay más. Según parece, no sería posible insertarse, al mundo social, mucho menos exitosamente, prescindiendo del autoengaño ¿Quién no ha sido víctima de sí mismo, sobreestimando sus virtudes durante un evento profesional? No me refiero al fraude deliberado, que sería estafa.
El autoengaño es un fenómeno inconsciente. Sin duda, el autoengaño encarna la fuerza que nos impele a emprender una u otra empresa o aventura, ignorando su eventual desenlace ¿Diciente conmigo? Pues de ser así, una cosa quedará muy clara: Ud. se está autoengañando en este mismo instante, y tal vez, también lo haga en todos los demás. El autoengaño acecha desde adentro, interpretando los hechos únicamente, o mayormente, munido con nuestra propia fe.
De por sí, el autoengaño no es bueno, ni malo. Sus consecuencias benévolas o perniciosas, tanto para uno mismo, como para la sociedad en su conjunto, están sujetas a la dosis del vivir autoengañado. La dosis marca la diferencia. Sartre definió a la izquierda francesa como “la pequeña burguesía autoengañada”, vale decir, un espectro amplio de las clases medias con ribetes intelectuales, comprendiendo la realidad mediante categorías conceptuales, cuya validez empírica resultaría cuando menos dudosa, pero interiorizadas como si fueran “dogmas de la fe”, en vez de categorías científicas.
Con base en estas reflexiones generales, analizaré brevemente al autoengaño colectivo en Bolivia. Tal vez resistirse al desengaño, es decir, la otra cara del autoengaño, sea la única cosa que todos o casi los partidos políticos bolivianos, tienen en común; por supuesto, aquello muy al margen de sus propósitos singulares durante su lucha por el poder. Según la Real Academia Española de la lengua, el “desengaño” implica: “conocimiento de la verdad con que se sale del error; efecto de ese conocimiento en el ánimo; lecciones recibidas por experiencias amargas, etc.”
Repeler al desengaño en la cultura política plurinacional, de izquierda o derecha, no parece ser un fruto consciente de la voluntad; como dijimos, la aversión por el desengaño estribaría en el inconsciente. Dicho a secas: en la ideología que sustentaría los objetivos de nuestras fuerzas políticas, subyacería el deseo inconsciente por vivir “autoengañados”; por supuesto, atribuir las motivaciones de la praxis política a este deseo inconsciente, inmediatamente suena a un sinsentido irreverente, o cuando mucho a mordaz audacia.
Fundamentemos: Una vez proclamada la independencia en 1825, los criollos comprendieron muy pronto el conflicto de intereses entre los ideales de los próceres de América, la realidad del país, y sus ansias de poder; como solución, los criollos originaron el mito y la comedia de las leyes republicanas. Pero eso era más hipocresía y comedia que autoengaño, como satirizó Carlos Montenegro en su Nacionalismo y Coloniaje.
Nuestra aversión al desengaño en toda su plenitud parece haber comenzado durante la Guerra del Chaco: un no querer aceptar las “lecciones recibidas por experiencias amargas”. Por ejemplo, muchas fuerzas de izquierda o derecha continúan responsabilizando a las transnacionales petroleras por el fracaso nuestro en aquella aventura bélica, es decir, autoengañados.
El autor es economista.
llamadecristal@hotmail.com
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