Futuro negro para Cochabamba
¿Qué tipo de persona es capaz de dejar una botella de vidrio destrozada en medio de un parque? Paseaba con mi hija de dos años, que corría y se caía con total inocencia, y por pura casualidad vi los pedazos regados antes de que ocurriera un accidente. La alcé y la llevé a casa, por supuesto, y en el camino imaginé al autor y a los malvivientes con quienes compartió la botella –un pedazo tenía una etiqueta de Fernet–, recibiendo un castigo medieval, o al menos embutidos en una patrulla, retornando a la cárcel de donde escaparon.
Pero lo cierto es que ese individuo no es un antisocial, ni un loco peligroso, ni un villano de película –o quizás lo es todo al mismo tiempo–, sino que es un ciudadano común en Cochabamba, con quien nos cruzamos cada día, varias veces, una vez que salimos de casa. Ése que tala un árbol porque piensa que las hojas le ensucian la acera. Ése que detiene su vehículo sobre la cebra, impidiendo el paso del peatón. Ése que lanza petardos en su cumpleaños, o que toca frenéticamente la bocina cuando gana el Wilstermann.
Vivimos en una ciudad insegura, con un presente mediocre y desmotivador. ¿Pero el futuro será mejor? ¿Cómo será Cochabamba dentro de cinco o 10 años? ¿Seguirá siendo un muladar donde vive una comunidad de malos vecinos, gobernada por comerciantes y transportistas, bajo una inmensa nube de smog?
Se aproximan las elecciones municipales, pero igual que en las nacionales, los programas de gobierno no son importantes en las campañas. Aquello, además de mostrar que el elector es pasivo, fácilmente manipulable y que no reflexiona ni emite una opinión, revela también lo devaluada que está la función pública en este momento, pues ningún profesional serio quiere participar de ella.
Ya se están presentando algunos candidatos, proclamados, cuándo no, por grupos de comerciantes y transportistas, precisamente los gremios que necesitan un mayor control y las reformas más profundas. La gente, vía redes sociales, les recuerda su bochornoso historial y yo nada más me limito a destacar su audacia, su falta de vergüenza, y a manifestarles mi total desconfianza tanto de su capacidad como administradores públicos –¿hay algo en su currículo que demuestre lo contrario?–, como de ese discurso oportunista que habla con insistencia sobre la renovación generacional –de pronto, tener experiencia es un defecto–, pero que a cambio no plantea propuestas verdaderamente nuevas ni persigue cambiar nada de fondo.
Ninguno considera una prioridad la implementación de un transporte masivo en reemplazo del transporte menudo y excesivo que satura las calles y contamina el aire, ni tiene una propuesta efectiva –sin personas disfrazadas de perro policía ni letreros mal escritos– de educación vial, tanto para el conductor como para el peatón que, vistas bien las cosas, es también irresponsable y arriesgado.
Tampoco existe la voluntad ni la capacidad técnica para incorporar un sistema progresivo de descongestión de tráfico que fomente a que la gente camine o ande en bicicleta. Y ni hablar de las áreas verdes, que tanta falta nos hacen –no con pasto sintético como le gusta al Presidente, sino con bosques espesos–, y que aquí son consideradas un adorno –de muy mal gusto, además, como el ridículo reloj de flores de la plazuela de Cala Cala–, y no una columna vertical, fundamental en la estructura de una ciudad y en la salud de sus pobladores.
Nadie propone enseñarle al ciudadano, con mucha paciencia y quizás algunos dibujitos, que la basura debe depositarse en esa cajita plástica de color que tenemos en el baño, en la cocina o en el espacio público, y por lo tanto no hay ninguna esperanza de pasar a la lección II, que trata de la separación y reciclaje de desechos. Todo indica que no se hará justicia por mi pequeña hija, que estuvo a punto de aterrizar sobre una pila de vidrios cuando paseaba feliz –no en un botadero, no en Waterloo– en un parque.
¿Debemos tomar en serio a un candidato que no presente un plan contundente sobre tratamiento de basura e incorporación de áreas verdes? ¿Debemos apoyar a una persona proclamada por un grupo de transportistas o de comerciantes? Por supuesto que no. La ciudad está creciendo sin ningún control, y será completamente invivible si la siguiente administración no realiza reformas severas en favor de todos los ciudadanos.
Mientras escribo este artículo, ya pasada la media noche, miro por la ventana a un vecino de mi edificio –uno que maneja una moto con escape libre, y que en las mañanas escucha radio Disney a todo volumen–, que camina rápido y silencioso como un ninja y deja su basura en la acera del frente, donde mañana aparecerá destrozada por perros callejeros. El tipo tiene más o menos mi edad y, si su carnet no está vencido o si no amanece con resaca el día de la elección, lamentablemente irá a votar. No hace falta cerrar los ojos para imaginar un futuro negro para Cochabamba.
El autor es arquitecto
lemadennis@gmail.com
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