Las encuestas, más allá del bien y del MAS
Los ejes político, económico, social y discursivo en los que gravita el gobierno evomasista desde hace 13 años tienen un grueso cordón umbilical que alimenta, diariamente, todas las instancias de poder existentes y creadas a imagen y semejanza del mandamás. Este gobierno ha logrado imponer, a martillazos, un modelo basado esencialmente en la toma de decisiones de facto. No como una característica de las dictaduras militares, sino como un sistema de gobierno funcional coercitivo e intimidador que, aplicado a su concepto de “democracia” y proceso de cambio, ha surtido su efecto en la figura de una dictadura perfecta. Hay una ambivalencia hipócrita y desvergonzada. Una dualidad de poder que oscila entre el bien y el mal. No tanto en la retórica y la postura de sus lacayos que, sin duda, ordenan y mandan en el seno de sus elites de poder, sino, en la eficiente operatividad con la que se resuelven entuertos y obstáculos en un dos por tres.
El gobierno de Evo es una caótica aldea global. Todo está interconectado a través de interfaces y sistemas funcionales y serviles al régimen. Todo se acomoda a la medida de lo exigido. Todo es posible. Todo se tiene que cumplir, bajo conminatoria de ley.
Y si este es el escenario opaco y tendencioso que se vive, ¿será coherente pensar en que las encuestas preelectorales son confiables o, cuando menos, sugieren un tris de credibilidad? Ciertamente que no. Primero, porque las encuestas no son convicciones, no evidencian grandes opiniones del electorado. A lo sumo es una aproximación a la idea que se tiene sobre un determinado candidato, con un margen de error indiscutible. No es nada más ni nada menos que una muestra de personas representativa de la sociedad.
Existe a nivel mundial una crisis de confiabilidad en las encuestas y las de nuestro país no son la excepción. A todo esto se suma el voto oculto que, particularmente, en esta coyuntura, es inmenso.
El voto oculto aglutina al universo de electores que falsea sus respuestas en función de una estrategia. Máxime si estamos en un régimen que ha institucionalizado la política del mazo y la zanahoria, o lo que es lo mismo: sino votas por el jefe, pese a las prebendas, te atienes a las duras consecuencias. El voto oculto está en el grueso de los indecisos que no vislumbran una alternativa de cambio real y contundente frente a los 13 años de evomasismo corrupto y despilfarrador. Sumándose a esto la desinstitucionalización del Gobierno y el Estado y el desgaste de las libertades y la democracia en tiempos del MAS.
El voto oculto está de puntero en un escenario de incredulidad y desesperanza. El MAS no es un referente de cambio ni de reivindicación justa y equitativa, no lo fue ni lo será. ¡Su fondo ya se desveló!
Pretende ganar con la misma podredumbre de siempre, con la misma afrenta a la ética y a la moral. Con la misma careta con la que bailó y se embriagó los 13 años de derroche. Pretende ganar con el irrespeto y la ilegitimidad. Pasándose por el forro los resultados democráticos y transparentes del 21F.
El voto oculto, o como lo llama el consultor, Daniel Ureña, la “conocida espiral del silencio”. Es la espada de Damocles que cercena las encuestas tendenciosas y sesgadas. El 2016 fue el ejemplo más escalofriante para los prestidigitadores. Fue el año del warak’aso a las encuestas: Colombia y su proceso de paz que no tiene paz. El brexit en el Reino Unido y su pesadilla más larga y desoladora. Hillary Clinton y el señor “Agente naranja” que, al final, llegó a la Casa Blanca vestido de negro. En estos tres ejemplos, el voto oculto ganó la medalla de oro y las encuestas se fueron al carajo. Ahí, donde deben estar.
Para un escenario particularmente conflictivo e ilegítimo como el nuestro. El voto oculto puede ser el que defina los destinos de nuestro país y manden al quinto infierno a un Gobierno corrupto e ilegítimo.
Las estadísticas no engañan, dicen los que creen en las matemáticas. Pero también es cierto que son pasibles de manipulación, a la perversidad en manos del que ostenta el poder. ¿Ejemplos? ¡Hay muchos! Sobre todo cuando se trata de construir mentiras en desmedro de las verdades. "Las matemáticas no mienten, decía Henry David Thoreau, lo que hay son muchos matemáticos mentirosos." Para corroborar esto, llamo a declarar como testigo al señor Álvaro García Linera.
El voto oculto es el arma secreta que está ligada al derecho que tiene el ciudadano a falsear su preferencia en las encuestas de intención de voto. Esta coyuntura es propicia. Declararse masista es casi como desvelar las miserias y las incongruencias, es “trolearse” en público y a nivel nacional: mega corrupción, derroche de dinero, demagogia y autoritarismo no son asuntos menores, comprometen el pudor y la dignidad.
Otros actores primarios en esta carrera preelectoral y la difusión de encuestas son los medios de comunicación. No es un secreto que muchos de ellos están latiendo a mil por la victoria del gran hermano. Y si esto es así, hay, pues, una gran posibilidad de que las encuestas sean inyectadas en la audiencia como una gigantesca “aguja hipodérmica” que confunde más el panorama tragicómico en el circo político actual. Esta posibilidad es perfectamente razonable en nuestro medio. La teoría de Lasswell se convierte en un evidente modo de manipular las conciencias. Los mensajes están cargados y los receptores pasibles a sufrir sus efectos.
El terror de Evo Morales y sus huestes se llama segunda vuelta. Su derrota podría llegar en esta instancia. Por eso se esfuerzan con voluntad y dedicación para decretar su triunfo en primera vuelta. No interesan los medios ni los métodos. 2019 es el año del cerdo y hay que explotarlo hasta el hartazgo. Su deteriorada fiabilidad y su gigantesca carga de culpa en temas sensibles y vitales para el país no le dan tregua. Sus enemigos más notables y efectivos son sus propios exabruptos y los de sus colaboradores. A toda su enciclopedia de escándalos se suma otro. La firma del DS 3973 que autoriza quemas y desmontes “controlados” en los departamentos de Beni y Santa Cruz, un mes antes de que se descontrolaran los incendios que devastaron casi 500 mil hectáreas de bosques y pastizales. Llevará 200 años reparar el inmenso daño ecológico. Casi nada, ¿no?
El tamaño muestral, la empresa contratante, la metodología y la manera de preguntar, son puntales determinantes para saber y evaluar la confiabilidad de las encuestas, si es que acaso se realizaran en un escenario político democrático, justo y transparente, se entiende. Pero el caso boliviano es patético y de ultratumba, con un Órgano Electoral que responde a los reflejos condicionados del Gobierno que, de todas formas, ha sido la voz de mando para allanar, por encargo, el camino tortuoso que nos condujo hasta lo que tenemos ahora, todo se convierte en una duda razonable.
Como están las cosas, personalmente creo que las encuestas me sugieren poco, o cuando menos no influyen en mi convicción, mientras estén más allá del bien y del MAS.
¡Esto no se define hasta que se define! O como dice el dicho popular: "Las encuestas son como las morcillas, saben muy bien, pero si ves cómo se elaboran, te espantas".
El autor es comunicador social
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