El hombre, el asesino del bosque
Todo daño es reparable. Su origen, que puede ser contractual o extracontractual, tiene un tratamiento que se ajusta a la naturaleza del evento y al efecto dañoso generado. Es simple, quien con sus actos produce con o sin negligencia un daño, tiene la obligación de resarcir a quien haya resultado damnificado.
El derecho es amplio al respecto. La mala noticia es que existe un tipo de daño que por sus consecuencias e implicancias, es reparable únicamente en el tiempo y, generalmente en siglos. Es el daño que se produce al bosque, a la Amazonia, al denominado pulmón del mundo. Es un tipo de daño irreparable porque no puede ser revertido ni indemnizado con efecto inmediato, como ocurriría por ejemplo, en caso de un accidente común. Es un tipo de daño que afecta el equilibrio de la naturaleza, agrava el ecosistema y lesiona la vida del planeta que en la Amazonia, tiene a uno de sus conductos más importantes.
En Bolivia, nunca tuvimos que afrontar un episodio de la magnitud del incendio que afecta a zonas amazónicas en Santa Cruz y Beni y nunca, como ahora, sentimos en carne propia la tragedia de un hecho que nos causa inmenso daño en proporciones nunca vistas. Siendo así, el primer hecho constatable es que ha sido la mano del hombre la causante de la tragedia. Poco para añadir ante la crudeza de un hecho que no necesita verificación habida cuenta el origen del daño. El incendio debió haber tenido un punto de inicio, y sus autores directos fueron seres humanos. La destrucción es patente.
El segundo hecho también constatable, pasa por establecer la responsabilidad del Gobierno en el tratamiento y manejo del daño. ¿Hubo reacción inmediata y expedita cuando comenzó el incendio? ¿Se mitigó el daño o se lo agravó, sea por acción u omisión?
En este campo, ha quedado claro que la reacción gubernamental fue inexplicablemente tardía. En plena época electoral, minimizaron el hecho sin percartarse de su magnitud, y fueron renuentes a la ayuda internacional que se clamaba públicamente. Al final, no tuvieron más remedio, frente a un cuadro dantestco y catastrófico, que contratar al Supertanker.
El tercer elemento pasa por establecer si las acciones del Gobierno, antes al suceso, pudieron de alguna manera contribuir a que una tragedia como la que padece por ejemplo Roboré, considerada la Perla del Oriente, cobre la vida de tanto bosque y tantos animales. En esta materia hay hechos insoslayables. El más importante, Decreto Supremo 3973 promulgado en julio de este año. En él, se dice que ante el crecimiento poblacional, incremento de la demanda interna y externa de alimentos, así como los indicadores de consumo de la población, se hace necesario asumir medidas estratégicas tendientes a ampliar las superficies para cultivo y producción agrícola y ganadera, a través de la apertura de la frontera agropecuaria para el fortalecimiento de la producción de alimentos (…) de forma sostenible y sustentable. En otras palabras, se amplió la frontera agrícola y ganadera y se permitió el asentamiento de grupos humanos en zonas que eran protegidas en su momento, y que les eran desconocidas por su topografía y características (mucha vegetación y viento).
Después, pasó lo que pasó: el chaqueo y lo que ya todos conocemos. Y si bien el decreto en cuestión autoriza que en Beni y Santa Cruz se lleve a cabo el desmonte para actividades agropecuarias en tierras privadas y comunitarias ( el origen del chaqueo), lo que no se cuido fue lo que el mismo decreto señalaba, esto es, que esta actividad se enmarque en el manejo integral y sustentable de bosques y tierras. No fue así, nos queda claro. Las consecuencias son dolorosas. Acción y omisión en la cadena dañosa en la que también intervinieron terceros, empresarios del rubro y comunarios, y que hoy permite que padezcamos uno de los mayores males de nuestra historia: la destrucción del bosque y de la vida que hay en él.
El autor es abogado.
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