De ida y vuelta a la oficina
Otra vez llego tarde al trabajo, y no porque, ya sea por irresponsabilidad o mera y llana desidia, haya salido a destiempo de casa para tomar el transporte público, como invariablemente afirma con vetusta parsimonia nuestro jefe de personal toda vez que ocurre aquello, es decir, cuando alguien llega tarde, y sí, ese normalmente soy yo...
Bien, ocurrió que dos o tres enormes tráileres, de esos que pueden cargar de 20 a 40 toneladas, se juntaron justo uno tras del otro sobre la Av. Blanco Galindo a la altura de la Av. Perú, y ya sabéis vosotros lo que ocurre cuando aquello pasa ¿verdad? De pronto uno se ve envuelto en un dilatado atolladero, tal es la consecuencia de semejante mala fortuna ¿o no?
Pero, ¿cómo es posible que la Policía permita a tráileres de alto y mediano tonelaje circular libremente por las arterias centrales de la ciudad en horas pico, o sea, cuando todo el mundo sale a dejar sus niños a la escuela o al trabajo o ambas cosas? –le digo al jefe de personal–, mientras éste, el jefe, continúa impasible revisando planillas de ingresos y salidas, sumando atrasos de aquí y allá, impartiendo castigos ¡casi como si yo no estuviese allí procurando explicarle porqué llego tarde!
Así transcurre algún tiempo, en realidad unos pocos pero incómodos segundos, hasta que finalmente el jefe, luego de retocarse los mechones relucientes de su engominado flequillo, me responde: “¡Ohhhhh Juanito, Juanito, es que me canso de repetirlo una y otra vez, y sobre todo a ti, tomen sus previsiones sí el riesgo existe, porque aquí de ningún modo podemos admitir que nuestra disciplina laboral quede sujeta o librada a la buena o mala voluntad de los agentes de tránsito!”
…Y, por si fuera poco, antes de insinuarme desalojar sus ambientes de trabajo, agrega, esta vez acentuando a propósito la cacofónica arrogancia de su voz: “con que vuelvas a llegar fuera de hora en lo que resta del mes, ni siquiera tu mejor carta va a salvarte del tercer y letal memorándum, ya, de una vez póngase en órbita”.
¿Y entonces qué? Nada, me trago el sapo y me voy al cubículo tarareando esa canción de los Sex Pistols: “tú eres mentiroso” como para relajar la rabia, y en esas, pienso: ¿podrían los transportistas granjearse un plus en sus aparentemente magros ingresos sin realizar inversiones propias, y a la par, agilizar el flujo vehicular, es decir, los tiempos de viaje? ¡Claro que sí! Sólo precisarían cooperar mutuamente, regulando su circulación con estrictas normas para el recojo y descenso de pasajeros, sobre todo, en las áreas de alto tráfico: no parar todas las líneas en la misma cuadra, ni frente a un semáforo en verde, por ejemplo.
¿Quién gana organizando la circulación con un sistema de paradas, siquiera en la zona centro? Los chóferes, sobre todo. Al parecer, los chóferes sólo piensan con el pie derecho, listos a pegarle aceleradas y quitarle pasajeros al colega, maniobrando siempre audaces… No obstante, organizados ahorrarían combustible, tiempo, máquina, y principalmente, salud minimizando el stress profesional.
Y todavía hay más. Al organizar el transporte público, abonaríamos nuestra maltrecha y frugal conciencia nacional. Acaso, la batalla cotidiana que la ciudadanía libra en una suerte de “todos contra todos” por el transporte, ¿no implica un preocupante indicador –científico– de malestar social, de escaso sentimiento de mutua pertenencia a una misma comunidad, nación, etc.?
El autor es economista. llamadecristal@hotmail.com
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