El bosque y las FFAA
No existe apelativo suficiente para calificar lo acontecido en la Chiquitanía. Y ahora que muchos episodios terminaron por aclararse a la luz de la investigación efectuada por la prensa nacional, quedó claro que la ignorancia del ser humano fue la causa de un desastre de dimensiones colosales que tiene como damnificado principal, al boliviano. Algunos, en tono de un eufemismo incomprensible, prefieren hablar de descuido humano cuando sabemos que la mano del hombre ante la envergadura del desastre fue, cuando menos, culposa. Sabíamos del chaqueo y de una práctica que en pleno siglo XXI contradice los moldes estructurales que deben caminar acorde con el cuidado del medio ambiente. Al saberlo, afrontábamos en determinadas regiones la lucha constante para evitar que incendios provocados por tales prácticas o por la mano pirómana del hombre, terminen con nuestros bosques.
En Cochabamba, año a año se combate por preservar el Parque Tunari de incendios de diversa fuente. Jamás pensamos que a mérito de una norma proferida bajo formato de un decreto supremo, el pulmón del territorio patrio iba a ser el objetivo de quienes por diversos intereses, buscaban o asentamientos humanos o la ampliación de la frontera agrícola. Lúgubre panorama. El efecto fue inmediato y el daño fue mayor. Al principio, ni el gobierno entendía bien lo que pasaba. Ardía el pulmón patrio, y por mucho que la sociedad civil trataba de encarar acciones de ayuda inmediata, el fuego supo hacer su trabajo a costa de la vida de.
El gobierno tampoco supo medir las consecuencias del desastre y nunca sopesó el daño infligido a una de las zonas de mayor impacto del territorio boliviano para la preservación de la fauna y flora. Nunca declaró zona de desastre probablemente para que la causa del incendio no sea parte del veredicto soberano y tardó en reaccionar ante el clamor público de acudir a la ayuda internacional. Los argumentos soberanistas al respecto, espetados aisladamente por algunos funcionarios, avergüenzan si acaso medimos esas expresiones con la magnitud y secuelas del desastre.
Lo insoslayable, ahora que hemos asumido el daño como parte de nuestra cotidiana realidad, pasa por establecer líneas de acción que a futuro contribuyan a mitigar dicho daño y a evitar que nuevamente nos encontremos con incendios destructores de nuestro ecosistema. Porque más allá del establecimiento de las responsabilidades de rigor, necesarias porque estamos ante un hecho no menor, de escala internacional y de consecuencias con efecto también internacional, debemos diseñar un plan que a partir de ahora, evite más incendios sea por asentamientos humanos o por el chaqueo que busca ampliar zonas agrícolas y ganaderas.
Y aquí me parece central el concurso de las FF.AA. Su misión constitucional no es otra que defender y conservar la seguridad del Estado, así como asegurar el imperio de la Constitución y participar en el desarrollo integral del país. Empero, en los últimos años lamentablemente las FF.AA. no han gozado del respeto ciudadano por una serie de episodios en los que se vieron involucrados sus jerarcas, aspecto que, hay que señalarlo, contribuyó a mellar el prestigio institucional del que siempre debiera estar revestida. Incluso ahora, muchos se cuestionan sobre su utilidad práctica y sobre su aporte efectivo al país.
Opiniones habrá de todo tipo. Lo que creo es que los bosques deben pasar a protección militar porque los mismos precisan de cuidado efectivo para evitar que más incendios se provoquen, cualquiera que fuere la causa. En lugar de tener tropa acuartelada en un país que se autoproclama pacifista, saquemos a soldados y oficiales a cuidar los bosques, año redondo, allá donde haya uno y con todo el apoyo logístico. Que el bosque sea un objetivo militar, y que las FF.AA cumplan su rol constitucional de participar en el desarrollo integral del país protegiendo nuestros bosques, fuente de vida y desarrollo.
El autor es abogado.
Columnas de CAYO SALINAS