Guadalupe
La Virgen María es una sola. Sus múltiples representaciones son algo así como fotografías que nos ayudan a precisar su culto, a materializarlo y a tener un lugar donde fijar la mirada.
Una de esas imágenes es la de la Virgen de Guadalupe, cuyo origen está en el río que le dio su nombre en Cáceres, España.
Sucre es la ciudad que más y mejor ha acogido el culto que llegó al territorio, hoy boliviano, en las alforjas de Diego de Ocaña al finalizar el siglo XVI e iniciar el XVII. Inspirado en la de Cáceres, el monje jerónimo pintó allí una guadalupana, en 1601, y así dio inicio a una conmemoración católica que ha llegado hasta nuestros días con el agregado de entradas folklóricas.
Existe una diferencia sustancial entre este culto y los de otras fiestas patronales de Bolivia: mientras la mayoría de estas últimas son el resultado de superposiciones; es decir, la colocación de imágenes de la iglesia Católica allá donde se veneraba a deidades originarias, la de Sucre nació de manera voluntaria cuando el obispo de Charcas, Alonso de Vergara, invitó a Ocaña a visitar La Plata y pintar allí una imagen de la Virgen.
Por tanto, a Sucre no le impusieron la Virgen de Guadalupe. La ciudad la invitó, la pidió para sí y la tiene hasta hoy.
Pero mientras eso pasa en Sucre, en otras partes del territorio nacional también se venera a la Virgen de Guadalupe y casi siempre con imágenes propias. Que Potosí intente revalorizar su fiesta de esa advocación, que existía y estaba limitada a la zona de San Juan, es un acto de libre albedrío y autonomía que nadie debería objetar.
El problema es que mucha gente de Sucre entendió mal las cosas. Creyó que Potosí les estaba quitando su fiesta y algunos hasta llegaron a decir que se pretendía llevar la imagen capitalina a la Villa Imperial. Nada más falso porque la ciudad del Cerro Rico tiene la suya, también pintada por fray Diego de Ocaña.
Y el problema se agravó porque la mayoría de los medios capitalinos alentaron la polémica, criticaron a los potosinos y entrevistaron a quienes pudieran hacer lo mismo. Lamentablemente, ninguna radio, canal de televisión o red social se tomó el trabajo de hablar con gente de Potosí para saber qué tan cierto era lo que se decía. No se buscó la contraparte y eso es una infracción ética.
Para empeorar las cosas, el único medio que dio voz a ambos lados, el diario Correo del Sur, mereció una carta de crítica de un lector que escribió que su ecuanimidad fue un “total desacierto comunicacional”.
Actitudes como esa no son cristianas y seguramente desagradarían a la Virgen a la que se pretende homenajear.
El autor es periodista, Premio Nacional en Historia del Periodismo.
Columnas de JUAN JOSÉ TORO MONTOYA