Cómo las políticas climáticas afectan a los pobres
NUEVA YORK – En los últimos 25 años, se ha logrado sacar de la pobreza a casi 1.200 millones de personas en todo el mundo, al mismo tiempo que la desnutrición y el riesgo de muerte por contaminación ambiental han disminuido. En conjunto, estos logros son prácticamente un milagro. Pero dos tendencias globales hoy amenazan con desacelerar el impulso en la reducción de la pobreza.
La primera es la oposición nacionalista al libre comercio. El creciente proteccionismo está poniendo en peligro el crecimiento inclusive en los países más pobres del mundo, que serían los más beneficiados con un sistema de comercio global más abierto. Por caso, concluir la Ronda Doha de conversaciones comerciales globales, estancada desde hace tanto tiempo, podría hacer que el mundo fuera 11 billones de dólares más rico cada año para 2030 y sacaría a otros 145 millones de personas de la pobreza.
El libre comercio tiene costos, y los gobiernos deberían invertir más para respaldar a las poblaciones vulnerables en los países ricos. Sin embargo, estos costos están superados inmensamente por los beneficios para los consumidores y los productores. La oposición al libre comercio, por ende, va en contra de la evidencia económica.
Pero hay otra amenaza, probablemente mayor, para el avance en materia de reducción de la pobreza: la búsqueda miope de los gobiernos de políticas de mitigación climática altamente costosas.
El gobierno alemán, por ejemplo, planea gastar 40.000 millones de euros (44.000 millones de dólares) en cuatro años para ayudar al país a recortar sus emisiones de dióxido de carbono. Estas medidas probablemente reduzcan el alza global de la temperatura en 0,00018°C en cien años, un logro inmensurablemente pequeño para semejante costo. Por el contrario, gastar la misma cantidad de dinero en prevenir la tuberculosis en los países en desarrollo podría salvar más de 10 millones de vidas.
De la misma manera, el gobierno de Nueva Zelanda ha prometido alcanzar emisiones netas de carbono cero en 2050. Pero un informe encargado por el gobierno determinó que el costo de cumplir con ese objetivo sería superior a todo el presupuesto nacional actual, cada año –y ése es el mejor escenario, que supone que las políticas se implementan de la manera más eficiente posible.
Del mismo modo, la promesa de México de reducir a la mitad sus emisiones en 2050 probablemente costará el 7-15% del PIB. Y el plan de la Unión Europea de reducir las emisiones a por lo menos el 80% en 2050 podría implicar costos anuales promedio de al menos 1,4 billones de dólares.
A nivel global, el acuerdo climático de París de 2015 es el acuerdo internacional más caro de la historia, porque apunta a que economías enteras abandonen los combustibles fósiles, aunque las fuentes de energía alternativas como la solar y la eólica siguen sin ser competitivas en muchos contextos. Como resultado de ello, el acuerdo desacelerará el crecimiento económico, aumentará la pobreza y exacerbará la desigualdad.
Un nuevo estudio sugiere que el costo masivo de reducir las emisiones según el acuerdo de París conducirá a un incremento de la pobreza de alrededor del 4%. Y los autores pronuncian una dura advertencia de que “los planes rigurosos de mitigación pueden desacelerar la reducción de la pobreza en los países en desarrollo”.
Esta conclusión es consistente con otros estudios sobre los efectos de las políticas climáticas en la pobreza, incluido el enorme proyecto de investigación encarado por el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC por su sigla en inglés), que traza cinco futuros globales alternativos. Ese estudio muestra que la humanidad –incluida la gente más pobre del mundo- estará mucho mejor en un escenario de “desarrollo basado en combustibles fósiles” que en un escenario “sostenible” de un mundo con menos emisiones de CO₂. Y eso sigue siendo válido inclusive después de contabilizar el cambio climático.
Mientras que la desigualdad global disminuirá drásticamente en ambos escenarios, decaerá ligeramente más rápido en el escenario de los “combustibles fósiles”. De hecho, el mundo “sostenible” tendría un promedio de 26 millones de personas más por año en la pobreza hasta 2050 que el mundo de combustibles fósiles más rico y menos desigual.
Las campañas polarizadas sobre el cambio climático han creado una visión absurdamente distorsionada del futuro, lo que lleva a los responsables de las políticas a tomar malas decisiones. En su informe relevante más reciente, el IPCC estimó que si el mundo no hace absolutamente nada para frenar el cambio climático, el impacto probablemente equivalga a una reducción de 0,2-2% en los ingresos promedio en los años 2070. Y, para entonces, los ingresos quizás hayan aumentado un 300-500%.
Sin embargo, abundan las visiones catastróficas del cambio climático. En consecuencia, alrededor de un tercio de todo el gasto en desarrollo hoy va a parar a proyectos climáticos, según un análisis de la OCDE de alrededor del 70% de la ayuda global para el desarrollo. Este dinero se podría invertir mucho mejor –no sólo en prevenir la tuberculosis, sino también en inmunización, nutrición infantil, mejor acceso a la planificación familiar y muchas otras prioridades de desarrollo.
Es más, las políticas que reducen la pobreza son políticas climáticas. La historia ha demostrado de manera conclusiva que lograr que la gente sea más rica y menos vulnerable es una de las mejores maneras de fortalecer la resiliencia de las sociedades a desafíos como las amenazas climáticas.
Cuando desastres naturales como los huracanes arrasan una comunidad o un país pobre, matan a muchas personas y causan estragos. Pero reducir las emisiones de CO₂ en el mundo rico no es la mejor manera de ayudar. La primera prioridad debería ser que los responsables de las políticas promovieran el desarrollo para que la gente ya no viva bajo techos corrugados en una pobreza abyecta. Eso no sólo mejorará la calidad de vida de la gente; también reducirá drásticamente el costo humano de los futuros huracanes.
Debemos abordar el cambio climático de manera efectiva, eficiente y en una escala apropiada. La política más sostenible sería un incremento drástico del gasto en investigación y desarrollo para llevar el costo de la energía verde por debajo de los combustibles fósiles mediante la innovación.
Sin embargo, tal como están dadas las cosas hoy en día, el mundo corre un gran peligro: gastar recursos escasos en políticas climáticas que afectan, en lugar de ayudar, a su gente más pobre. Los gobiernos, por el contrario, deberían centrarse en medidas que mejoren el crecimiento, como la liberalización del comercio, y que ofrezcan un camino hacia un mayor bienestar y una mayor equidad.
El autor es profesor visitante en la Escuela de Negocios de Copenhague, es director del Copenhagen Consensus Center.
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