En esta ciudad pasa todo y pasa nada
Sin duda, Cochabamba es una ciudad en la que puede pasar todo y nada. Un día se puede ver un edificio en llamas provocando pánico entre vecinos que miran incrédulos cómo toneladas de acero arden como antorcha gigantesca. Al día siguiente, todo parece normal: apenas se asumen medidas administrativas y, claro, Bomberos se toma su tiempo para identificar qué originó el incendio, pero no pasa nada con las medidas de seguridad que deben asumir.
Tampoco importa la seguridad en los mercados; es más, no falta un concejal que ante la proximidad de las elecciones no duda en decir que las casetas de dos pisos “están bonitas”. Al final, son más de 100 mil vendedores que, llegado el momento, pueden asegurar los votos para un concejal. Ni idea de evaluar si este tipo construcciones son las ideales para un mercado que recibe a miles de personas y, como ya vimos en el pasado, se puede quemar en un segundo sin que los bomberos puedan llegar al lugar, porque no hay forma de entrar: todos los espacios están invadidos.
La lista de cosas insólitas es interminable si añadimos un parque recién inaugurado con rajaduras, casetas invadiendo la subida al Cristo de la Concordia, la plaza principal acechada de vendedores, un puesto que venta de tucumanas con excrementos, un subalcalde y dirigente que prefieren beber antes que atender el incendio en el Tunari y casonas de tres siglos que desaparecen en un abrir y cerrar de ojos.
Sin duda, es complicado administrar una ciudad con múltiples facetas como Cochabamba, pero hay que ver qué más ocurre para que el sentimiento de que la ciudad está huérfana de autoridades sea cada vez más fuerte. Quizá quienes aún tienen el rol de fiscalizar asuman esa tarea en plenitud y no en segundo plano a su candidatura o su virtual postulación a alcalde, concejal o lo que sea. Al final, la sociedad sigue retribuyendo su trabajo cada mes con un salario.
La autora es Editora Metropolitana
Columnas de KATIUSKA VÁSQUEZ