El debate que todos queremos
El fin de semana, los argentinos observaron a sus candidatos en un debate, cara a cara, uno contra otro, frente a la ciudadanía. Esa situación resulta impensada en nuestro país, donde el presidente Evo Morales no participa de este tipo de encuentro desde hace 17 años.
Al mismo tiempo, en Bolivia se exponían en la televisión —simulando la oferta de “más barato por docena”— varias entrevistas de Morales, montado en un avión.
En Cochabamba, el ejercicio del debate lo hemos practicado los últimos días con los candidatos a las circunscripciones.
Lo que se puede ver es frustrante. Los aspirantes desconocen los planes con los que postulan, no conocen el contexto ni los problemas de sus regiones, hablan vagamente de las necesidades, no tienen propuestas y, si las tienen, son poéticas: “Vamos a frenar la violencia, vamos a analizar con todos los vecinos”.
Buscan quedar bien con Dios y el diablo e incluso reciben acusaciones que no niegan y sólo excusan, o desconocen términos como la ideología de género.
Sin embargo, a pesar de sentirnos defraudados, no podríamos conocer esa faceta decepcionante si no los ponemos en una vitrina, de cara a la población.
De cualquier forma, un debate resulta ser más productivo que una entrevista con preguntas preseleccionadas, que intentan tapar las decenas de formularios que los medios enviamos a la Presidencia y a sus instituciones, sin respuesta.
En Argentina se pudo evaluar a los candidatos. Sin importar de dónde se lo mire y aunque carezcan de credibilidad —como en todos lados—, es una costumbre democrática y hace tiempo que hemos perdido algunas de ésas en nuestro país.
Curtidos por monólogos de adoctrinamiento con lenguaje de odio, que hablan de “k’aras e indios”, sería un deseo ciudadano, de los más anhelados, tener un poquito esa práctica. Ojito al TSE.
La autora es periodista de Los Tiempos digital.
Columnas de Jessica Vargas