Ideas sobre la corrupción
Tal vez tenga que ver mi pálpito de que el mejor de los candidatos no ganará las próximas elecciones, o me hace falta un hijo perdido a la distancia porque el amor acaba, cantaba José José, y se convierte en nostalgia. Por lo uno o lo otro, machaco que en 2006 se recordó la Convención Internacional de Lucha contra la Corrupción, aprobada por la ONU. Bolivia fue el noveno país en adherirse, con ley del Estado y todo.
En 2006 había un promedio de 50 alcaldes brasileños procesados, cada mes, por anomalías en el manejo de fondos públicos, que es dinero de todos; en la Bolivia de 2020 quizá serían 5.000. Habría que revivir la Movida Ciudadana Anticorrupción (MCA) que en 2006 promovió la “Jornada por la Honestidad” en la sede de gobierno, con participación de entidades estatales, organizaciones no gubernamentales y asociaciones sociales. Tal vez aparecería el fantasma de Marcelo Quiroga Santa Cruz, preocupado por que su nombre fuera trapeado en otra mentira de país corrupto, de grandes apariencias y escasos logros. Por lo dicho, borronee unas propuestas de mi cosecha para paliar la corrupción.
Tantas hipócritas vestiduras rasgadas, pero en los delitos contra la mujer me inclino por el radicalismo. Los pegadores de mujeres quizá subliman con el alcohol la frustración del desempleo, pero cesarían su vendetta en sufridas féminas si fueran enganchados en un revivido cepo colonial, en plazas, y que las mujeres les den guasca con itapallo en el poto pelado. Muchas pondrían la sal para “aliviar” sus irritadas lunas. Cesarían los feminicidios si al hallado con las manos, el puñal o el arma de fuego en la masa sanguinolenta de alguna moribunda fémina, le cortaran el miembro y que abusen del saldo los otros presos. ¿Cuántos violadores se aguantarían por miedo a la mutilación genital?
¿Qué es eso de amenazar con cárcel a mandamases corruptos? La mayoría optaría por unos cuantos años de celdas privilegiadas, arrestos domiciliarios y arraigos mentirosos, para después gozar de los millones robados en un refugio tolerante. Pregúntenles a los muertos de hambre de la Uganda de Idi Amin; a los desposeídos de Zimbabue por Robert Mugabe. No es solo un fenómeno africano, en América Latina hubo dictadores como Stroessner, en Paraguay, que murió tranquilito en exilio dorado brasileño. ¿Qué tal sátrapas centroamericanos, de los que el mandamás gringo, Theodore Roosevelt, decía que “eran sus hijos de perra”? Me falta espacio y sobra bilis, para citar ejemplos de otros países “latinos”.
Frustra que la corrupción, en alguna de sus formas (robo de dineros del Estado, prorroguismo, abusos de poder), con la revolución de comunicaciones se ha convertido en fenómeno achacado a la llamada “democracia”. Dudoso que resucite al asesinado Nisman en Argentina o que su expresidenta ladrona coma carne de cogote, al tiempo que sigue impune por la inmunidad del curul de senadora otorgado por el voto de su pueblo. ¿No llevaba millones de dólares a un refugio financiero la hija de algún poderoso venezolano, mientras muere de hambre la gente de ese gran país?
Si acaso persistieran los levantamanos en la Asamblea, habría que seguir a los vuelcagorras, esos representantes de no sé qué distrito, y qué importa su filiación política, que se rinden a talegazos y faltan al plenario legislativo. Hasta esa forma de corrupción debería ser penada con fotos, bajo el rótulo de “Padres de la patria Ccuecos y chachones”.
¿Existe una relación entre asentamientos ilegales y la geopolítica altiplánica de espolvorear gentes en tierras protegidas en el oriente? Con la impune justicia comunitaria queman ladronzuelos, linchan autoridades y asesinan uniformados. ¿Los traficantes de tierras?, bien gracias, como los pichicateros y los contrabandistas. La invasión del Tipnis por cocaleros del infame Polígono Siete: ¿será que los dirigentes “originarios” se hacen ricos con el tráfico de terrenos? ¿Reducen la inequidad de pobreza extrema que dirigentes comunarios extorsionen a dueños de hoteles en el Salar de Uyuni? Es improbable que los politiqueros asocien el progreso nacional a la inmigración y al comercio ultramarino; han transcurrido décadas de llorar por el mar perdido. ¿No será que hacer de Puerto Busch un Rotterdam boliviano naufragará en arrecifes de una sede de gobierno apócrifa y de hegemonía altiplánica celosa de los cambas?
Son muchas cucharas interesadas en la olla de indagar fortunas y hurgar la impunidad de los poderosos. La ley Safco ha sido inefectiva en meter a la cárcel a los rateros. La ley Marcelo Quiroga Santa Cruz quizá tiene mucho del criollísimo “te rascaré hoy que tú me rascarás mañana” de la politiquería boliviana. Al tiempo que los vampiros sangran al país, la lucha contra la corrupción seguirá siendo un saludo a la bandera.
¿Será que en las espaldas bolivianas se pueden sembrar nabos?
El autor es antropólogo
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