Himnos de paz y de unión
“La democracia me ha regalado con un listón teñido de patriotismo el temperamento y la fortaleza necesaria para entender que esta crisis abre a su paso espacios donde el diálogo es más fructífero que la imposición del pensamiento”
Envuelta en himnos de paz y de unión, este año la democracia me ha obsequiado la certeza de que ese dolor de alma, fruto de la fragmentación entre hermanos por el color de piel que hemos acarreado por siglos, va a cesar. Esa herida profunda que nos ha dejado el racismo en el espíritu, no se va a curar en décadas sino que ha ido sanando estos días cada vez que en las calles alguien anunciaba “todos somos bolivianos” en respuesta a palabras despectivas. Las diferencias que esos pocos se empeñan en resaltar se van a perder en ese contraste armonioso, que como generación del Bicentenario y como país estamos creando para concretar el anhelo que Bolivia gesta desde su fundación: una convivencia tolerante donde reconozcamos que la discrepancia de pensamiento es lo que nos ayuda a avanzar.
La democracia me ha regalado con un listón teñido de patriotismo el temperamento y la fortaleza necesaria para entender que esta crisis abre a su paso espacios donde el diálogo es más fructífero que la imposición de un pensamiento. Ahora entiendo que en cada esquina, cada conversación y cada publicación en redes sociales se nos da la oportunidad de resolver, a través de la empatía, esas contrariedades tan distintivas de nuestra sociedad que van más allá de un gobierno teñido de azul y rencor. Al final quedo con el pensamiento de que todos queremos una patria feliz donde podamos gozar el bien de la dicha y la paz.
En sonoros cantares la democracia me ha asegurado que todas las madrugadas, en lágrimas con el abrumador sentimiento de incertidumbre, no han sido en vano pues esa fortaleza emocional que te ayuda a construir se contagia y la puedes ver. Si en algún momento alguien pensaba que la apatía se extendía entre nuestros llanos, valles y montañas, hoy no queda la duda del profundo querer que le tenemos al país. Esa inacabable devoción que tenemos a esta tierra inocente y hermosa va a hacer que del otro lado del caos germine una Bolivia con valores y principios que la vil opresión desconoce y que no tendrá el privilegio de gozar.
Con un estruendo marcial me ha mandado cucharones rotos y sartenes abollados. Cada impacto en el que se encontraban la madera y el metal brotaba de una indignación profunda pero, a su vez, afloraba el hado propicio que va a llegar: una democracia mejor, una democracia distinta que prometemos cuidar en nombre de Marcelo Terrazas, Mario Salvatierra y Limberth Guzmán Vasquez.
Ya ha cesado la servil condición de Bolivia. La democracia me ha concedido el privilegio de ser parte de ese momento de reflexión personal y me ha asegurado que luego de clamar ¡morir antes que esclavos vivir! y ¡libertad!, ¡libertad!, ¡libertad! más fuerte y más claramente que nunca, ninguno de nosotros va a ser igual que hace 17 días. Como nuestros bisabuelos, abuelos y padres, la generación del Bicentenario ha tenido que experimentar lo que se siente y lo que significa pelear por la democracia. Porque hemos sentido ese miedo de perderla y la pena infinita resultante de la furia entre bolivianos, instigada por terceros, nos hacemos la promesa de nunca más dejarnos seducir por discursos que usufructúan del dolor y las divisiones entre hermanos.
En mi cumpleaños y la democracia, que es 15 años y 29 días mayor que yo, me regaló la esperanza de un país que está demostrando que puede ser distinto haciendo realidad nuestros votos y anhelos de una Bolivia para todos los bolivianos.
La autora es boliviana y parte de la generación del Bicentenario
Columnas de CATALINA RODRIGO MACHICAO